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anticipa en mucho al maridaje del mod rni mo ita–
liano y el rococó francés. Pero es el barroco qu ,
con el italiano Cre cencio, fué a ornamentar el e–
pulcro de
F~lipe
III. La irrupción se hizo célebre,
calificándose con Tomé, Donoso y
Churrigu~ra.
Y,
posiblemente, cuando pasó a las Indias occidenta–
les ya se encontró con este espécimen de San Lo–
renzo t¡rabajado por el más glorioso de los anóni–
mos . ..
Yo no pongo mis manos al fuego sobre la gran–
deza de este estilo arquitectónico. Si pasó en la
vorágine, por sobre el arte colonial que perdura,
no debieron ser eminentes sus principios básicos.
Ei esplendor material de España tuvo a ratos sus
chifladuras exóticas. Y si esta importación híbrida
fué un e,rror, debetno.s felicitar,nos de que el deca–
denf
o e
Penín.sula, fuera planta de !inverna–
dero álimen aa por el capricho de
pr~cipes
va–
cuos
y
ve eidosas fa oritas.
Pero, con todo, es el reflejo de una época. San
Lore-nzo Jo acre ita con elocuencia substantiva.
Contorneadas molduras, florones
y
volutas, paten–
tizan la ímproba labor del indígena que dedicó ge–
neraéones a bornear sus piedras. Aquello es un
bordado en cañamazo y no un capricho en piedra.
Y si el derroche de la mano de obra nos habla claro
de la esclavitud de una raza, como pueden hacer–
lo los templos tebanos, el sacrificio indígena tuvo
su retribución en las figuras pétreas que se des–
tacan del conjunto ornamental y que son, ni más
ni ménos, que dos fdolos
humanizado~
con artística
devoción .. .