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-86.-

anticipa en mucho al maridaje del mod rni mo ita–

liano y el rococó francés. Pero es el barroco qu ,

con el italiano Cre cencio, fué a ornamentar el e–

pulcro de

F~lipe

III. La irrupción se hizo célebre,

calificándose con Tomé, Donoso y

Churrigu~ra.

Y,

posiblemente, cuando pasó a las Indias occidenta–

les ya se encontró con este espécimen de San Lo–

renzo t¡rabajado por el más glorioso de los anóni–

mos . ..

Yo no pongo mis manos al fuego sobre la gran–

deza de este estilo arquitectónico. Si pasó en la

vorágine, por sobre el arte colonial que perdura,

no debieron ser eminentes sus principios básicos.

Ei esplendor material de España tuvo a ratos sus

chifladuras exóticas. Y si esta importación híbrida

fué un e,rror, debetno.s felicitar,nos de que el deca–

denf

o e

Penín.sula, fuera planta de !inverna–

dero álimen aa por el capricho de

pr~cipes

va–

cuos

y

ve eidosas fa oritas.

Pero, con todo, es el reflejo de una época. San

Lore-nzo Jo acre ita con elocuencia substantiva.

Contorneadas molduras, florones

y

volutas, paten–

tizan la ímproba labor del indígena que dedicó ge–

neraéones a bornear sus piedras. Aquello es un

bordado en cañamazo y no un capricho en piedra.

Y si el derroche de la mano de obra nos habla claro

de la esclavitud de una raza, como pueden hacer–

lo los templos tebanos, el sacrificio indígena tuvo

su retribución en las figuras pétreas que se des–

tacan del conjunto ornamental y que son, ni más

ni ménos, que dos fdolos

humanizado~

con artística

devoción .. .