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EIL

PORTAL

MAGNIFLOO

Paso de San Francisco a San Lorenzo . Sigo la

calle del Cbmercio. Atravieso la Rlecova que bulle

en su apogeo mercantil. Está cerrada la iglesia. Elll

el trastero vecino al portal, unos indios toman su

refacción matutina. 'Sion "de la casa". Mi compa–

ñero, eficiente adjutor en estos vagares por la Ví–

lla Imperial, les participa el deseo de que nos fran–

queen la puerta.

-Queremos entrar, -les dice en quechua.

-Cunitan qu· hariskaicu (') - nos res.ponden.

Y hacen gilrar

GlJJTe

s bisagras, el I;>Ortalón.

Penetramo . Ua a-we se aisipa en una suavidad

de claroscuro. Háli o de humedad campea en el

recinto. Se dijer

ue

olor de los siglos puede

más que la l!e&m

e o incensario . Recorro sus

altares. Curioseo sus inágenes, sus reta los, con

esa curiosidad llena de romanticismo trabajada por

el anecdotario de la tradición. Todo está vincula–

do al florecimiento rreligioso de España, en aquella

edad de entusiasmo, de valor

y

del fe. Pero el ves–

tigio elocuente que guarda el templo, como patrón

de aquella época, es una pintura de Pérez Holguín,

floja como arte, pero epresiva

y

fiel como verdad.

E's una descripción inquisitorial, atiborrada de es–

cenas dolorosas, místicas, de sacrificio, de peniten–

cia, de amor. Pobres diablos sometidos al marti–

rio de

vo~antes

y

torniquetes, atenazados, unos, con

(1) Ahora, enseguida, vamos a abrir.