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la composición no tiene un mérito fundamental, co–
mo pieza literaria, da interesante materia para
el
estudio histórico de una época. Francisco Solano
murió en Lima en 1610. Si poeta americano evocó
su acción evangelizadora en este romance, debió ser
Juan Sobrino, <lantor de Potosí en los tiempos ca–
ballerescos de Felipe
IV;
o el limeño Don Juan de
Espinosa Medrano, versif<lador pletórico
y
aticis–
ta. Pero tengo mis dudas al respecto. Sobrino, a
fuer de cancionero circunstancial, se dedicó, con
obser.iosa particularidad, a la espinela y no trans–
parentó jamá,9 su versación en materia religiosa.
E'spinosa M'edrano, conocido por el ' ' Lunarejo' ',
que vendimió sus mejeres estrofas a mitad del si–
glo XVI , más dado a la licencia q_ue a
la
devo–
ción, se
orzalDa en r emozar el tirso de Quevedo,
componiendo epig-ramas en gracioso
y
uuntiagudo
decir. Las
sil-V~
que dedicó al vizconde de Por–
tillo, en 16
O
lia lan por todo. Otr;o ingenio de la
época? a/ ericano por
ad~&ptación,
pu.aohaber sido
el autor de esta poesía: el príncipe de E'squilache,
caballero gentil
y
poeta devotísimo, que conoció de
cerca las virtudes del Solano; que representó en
Lima la potestad de Felipe III
y
pasó a la litera–
tura con muy buenos cantares. Pero Esquilache,
que era B'orja, tenía un canonizado entre los su–
yos, Francisco también, de apelativo;
y
no fuera
justo que olvidando su consanguinidad con el santo
varón, dirigiera el ditirambo a otro F,rancisco, así
fuera el de Asís, el fundador de los mínimos o el
glorioso jesuíta Javier.
De tal consecuencia familiar informa su alaban–
za a San Francisco de BX)rja, en rima grácil
y
que
termina con estos versos a manera de retruécano :