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el gobierno de Urbina. Etn 1692, D<>n Ant onio Ló–
pez de Quiroga hizo edificar, de su propio peculio,
una capilla para nuestra Señora de la Concepción.
Don Santiago Ortega, rico azoguero, construyó, a
renglón seguido, otra, advocando al Santo Cristo de
la Vera Cruz. Pocos años después - 1707 - el
sacerdote Juan Burruega, comienza la unificación
general de la obra, retaceada sobre la base del tem–
plo actual. Durante su primer guardianía había he–
cho construir un retablo de
mad~ra
tallada, cubier–
ta de oro, lujo que pagó la munificencia de acau–
dalados industriales. Veinte años trabajó Burruega
en esta erección. 'or fin, en 1726, se puso la clave
de la última bóveda. Pero su gestor no alcanzó a
ver la obra te inad,a. La d,i ecci6n arquitectural
dt}l e ri .o as ', e tonces, de Bunruega, vizcaíno,
a Juan
Arrie~,
fr anéJ.SCan@ de Potosí. Es así cómo
se entrelaza a
hi
tor·a de este céleb e templo:
idea
D
por peninsulare , ter ·nado por criollos,
mien as el rastro españbl se erpetúa en la obra
y en la divina idealidad ...
Toda esta historia evoco en mi hreve incursión
por el patio, bañado en la melancolía de la soledad
y
del silencio. Han vuelto a bajar los gorriones pa–
ra revolcarse en la tierra morena, bajo los guindos.
Dos campanas, las más tristes, las más dulces, las
más llenas de emoción, comienzan a llamar con an–
gustiosa lentitud: "talán. . . talán... talán ...
H
Vuelve a cruzar la sombra escurridiza de mi buen
leguito anciano, tembloroso, sutil ...
-¡Alabado sea
el
Santísimo con esta mañana de
sol!. . - musita pa!fa sí, lleno de la gratitud de
vivir.