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-88-

-Tal -

me supuse -

habrian hc:cho los ter–

cios de Carlos V, -

¡españoles ante todo! -

en

Flandes o en tierras itálicas.

Venía, pues, con el juicio a medio

zurc~r

sobre

este apego nativo, romántico

y

singular.

Y

si

mis

memorias sobre el fuste colonial de Potosí, no hu–

biesen estado afianzadas en lecturas de veraces cro–

nistas del sjglo

XVI,

quizá que hubiera infringido

en alguna necedad. Sin embargo, tuve una decla–

ración ingenua, que me salió de adentro, sin

vio–

lencia, -

como que

mi

viaje cultural estaba exento

de toda pasión. -

N

o me agradó el cerco de la plaza

principal. Mie pareció desentonado

y

chocarr ro

aq e

erroclie de albañilería.

Y

le

di.ie

a mi dis–

ti gu· o acompaña

t~r·

-¿

r

r

tfka:n

tacarí

e · n

-¿Le

p.

e

di o.

nión.

Después supe que aquel remedo español fué obra

del presidente BelzuJ a mediados del siglo

ante–

rior. ¡·caaro! La época de revoluciones, de asesina–

tos políticos

y

sedición cuartelera, necesitaba de

estos recursos de plaza fuerte, con tendencia a bas–

tión, cómoda para pertrechos militares,

y

desde

donde se pudiera fusilar al pueblo, si era menes–

ter. Lo propio hubiera sido, imitando al palacio

de la prefectura, continuar los soportales de la edi–

ficación circunvecina de la plaza, como un grato

refugio contra las desventuras del invierno. Y ca–

llo mi ouinión

y

vuelvo a la Matriz.