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-Tal -
me supuse -
habrian hc:cho los ter–
cios de Carlos V, -
¡españoles ante todo! -
en
Flandes o en tierras itálicas.
Venía, pues, con el juicio a medio
zurc~r
sobre
este apego nativo, romántico
y
singular.
Y
si
mis
memorias sobre el fuste colonial de Potosí, no hu–
biesen estado afianzadas en lecturas de veraces cro–
nistas del sjglo
XVI,
quizá que hubiera infringido
en alguna necedad. Sin embargo, tuve una decla–
ración ingenua, que me salió de adentro, sin
vio–
lencia, -
como que
mi
viaje cultural estaba exento
de toda pasión. -
N
o me agradó el cerco de la plaza
principal. Mie pareció desentonado
ychocarr ro
aq e
erroclie de albañilería.
Y
le
di.iea mi dis–
ti gu· o acompaña
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nión.
Después supe que aquel remedo español fué obra
del presidente BelzuJ a mediados del siglo
ante–
rior. ¡·caaro! La época de revoluciones, de asesina–
tos políticos
y
sedición cuartelera, necesitaba de
estos recursos de plaza fuerte, con tendencia a bas–
tión, cómoda para pertrechos militares,
y
desde
donde se pudiera fusilar al pueblo, si era menes–
ter. Lo propio hubiera sido, imitando al palacio
de la prefectura, continuar los soportales de la edi–
ficación circunvecina de la plaza, como un grato
refugio contra las desventuras del invierno. Y ca–
llo mi ouinión
y
vuelvo a la Matriz.