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pesado. Es una e clavitud
ecular que no nece–
sita del arreador ni el
abestro. La hembra, sin
embargo, no tiene vocación a estos mene tere de
l a recua. •Es demasiado femenina para llevar al–
forjas y harto tiene que hacer con su cordero. El!.
macho e el de las cargas, el de los trajine , el de
los largo viajes, desde los valles -providentes a la
meseta, desde los ingenios al mar . . . Suele tam–
bién tener sus zánganos la piara : los
pacos " , tu–
ristas de la montaña, que no acarr ean, pero que
dan periódicamente al llamero, el tributo de su
f ino textil.
l\fuchos zahareños, en ocasión, ponen a prueba
l a paciencia del indio, empacone y reacio , echán–
dose con
la
carga en las b reñas o en el atajo, sin
quo valgan la suave admonición ni l as caricias,
paraJ to ar el camino. Hay que dejarlo descansar,
enton
,
h~
fa que la bestia
u lve a
la
grey .
'· nele el lla ero
n e to
caso , ejercitar su pun–
tería o
l'i
terco animal, arrojándole, de oñate,
chi ·
s que van a ca tigar sus orejas.
Pero, g·eneralmente, aquello no es una !].beldía
contra el arriero . B'ien sabe el indio que su llama
dócil ha nacido para la sumisjón de su arria; bien
sabe qu e en su convivencia, ha creado la n ecesi–
dad de su intervención en l a propia fisiolog-ía de
su ganado, cuando la primavera pone sobre la tie–
rra sU/ beso de amor; bien sabe que al trémolo de
su flauta o al humo de su vivac, encendiQ_o al pie
del cerro donde pasó la noche, bajará al aprisco
su rebaño disper o, a poner su lomo en las argue–
nas repletas
y
pesadas.
¿No basta l a serranilla musical que insinuó la
hora de ponerse en marcha ?
¿
fué inútil la hogue-