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: N

o vamos a examinar detenidamente la tra–

ma de la novela

Plata

y

Bronce,

en la que se po–

dría poner el reparo de que no da toda la convic–

ción de . realidad que es preciso exigir en esta cla–

se de obras. Ni todos los patrones son como

Raúl, ni mucho menos; ni en los indios alienta

un

espíritu capaz de tomar venganza de las ofensas

pasadas y presentes. Bien quisiera vengarse,

como el Choquehuanka de

Raza de Bronce

de

Arguedas, pero no lo hace por temor de las terri–

bles represalias. ¿Alguna vez vengó un indi0

el honor ofendido de una hija o de una esposa de

la manera como se verifica en la novela de Cha–

ves? ¿Y, cuál será, en el indi-o, el concepto del

honor? El patrón tiene el derecho de pernada

. y

el indio lo agradece humilde. En cambio, qué

bien tratada está la figura de Manuela, la humil–

de y bella flor de nuestros campos, que si huye es

po1· respeto y por la natural coquetería de toda

mujer,

co~1

manifestaciones refinadas en las altas

señoras,

ingenu.as,

toscas y groseras, en los seres

primitivos.

Para nosotros, es la longa ''de belleza ver–

gonzante. humildosa de las mujeres de su raza

que ocultan de la salacidad del blance sus des1us··

trados encantos" la verdadera y única protagonis–

ta

de·

la novela; pues que si encontramos mucho

de artificiosidad en la fabulación general de la

obra, tampoco hallamos muy bien estudiada la íi-·

gura de la normalista, que se la ha querido idea-–

lizar sistemáticamente, para contraponerla a la

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