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EPÍLOGO

audacia. No hay autor que no quiera regoc1prse a expensas de García.

VIGNAUD está muy lejbs de apreciar sus esfuerzos•con justicia (II, p. 3) .

En cuanto a PITTARD, éste, con su brioso estilo, se ríe a carcajadas del

pobre padre presentado (III, p.

5

34) •

El ejemplo del padre García no puede dejar de despertar melanco–

lías . en el espíritu de todo escritor que desea seguir honradamente la

senda.

Teniendo bien presentes esos antecedentes, me inclino, sin embar–

go, a las exígencias de los lectores.

Dos cosas puedo conceder a su curiosidad en este punto. En pri–

mer lugar, una tentativa de síntesis. En segundo, la somera noticia de

algunos resultados originales e inéditos. Se trata de una verdadera anti–

cipación, pues todavía no se han explotado tales resultados efi todo lo

que prometen a la ciencia, lo que -

parece -

será una cosecha inespe–

rada. Pensamos, además, formular nuestros planos de trabajo, que in–

dican claramente las direcciones en que nuestro espíritu, en virtud de

las enseñanzas acumuladas por el análisis, siente la necesidad lógica de

explorar el espacio.

En el curso de nuestlio análisis hemos establecido algunos puntos

de carácter negativo y otrns positiv;os. El conjunto de todos esos ele–

mentos no permite dibujar un cuadro completo del origen americano,

con la misma seguridad con que se demuestlia un teoliema, pero sí esbo–

zar un esqué'ma provisorio, en que no

~odos

10s lineamientos tendrán

igual valor, siendo algunos fi,rmes e inconmovibles, y otros tan sola–

mente probables. Una síntesis, en este asunto, es una tentativa de col–

mar los vacíos, reuniendo mediante puentes imaginarios, los puntos sóli–

dos del sistema. Naturalmente, tanto más acertada será la síntesis; cuan–

to más numerosos sean esos puntos de apoyo.

Quien ha seguido nuestra narración de la historia de la incógnita

ha notado que afortunadamente, a la impresión pesimista que nos des–

pierta el caos inicial, de la edad heroica, sucede, poco a poco, un senti–

miento de seguridad, apenas se logre apartar la mucpedumbre de los

dilettanti

los cuales representan y continúán en nuestros días el empi–

rismo de la época caótica.

Es evidente que nos acercamos con rapidez al período racional del

problema. Pa'ra ser más exactos, ya está sobrepasado

el

estado de " pe–

numbra" de que habla UHLE, y hemos podido celebrar la aparición de

los primeros hechos certeros, verdaderos puntos luminosos en medio de

tantas nieblas. Puédese decir con las palabras de GOETHE que desde

hoy comienza una nueva historia.