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ENIGMA DEL HOMBRE CUATERNARIO

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bramas relegar a América al extremo límite occidental; sin embargo,

en el panorama del etnógrafo ella se coloca, necesariamente, en el extremo

borde oriental del mundo habitado"

(VI, t. i i i, p. 3

O

5) .

Pero hay otro aspecto que nos obliga a trasponer los límites pura–

mente descriptivos de esta ciencia. No se trata ya del factor

cualitativo,

sino del

cuantitativo.

Y a hemos dicho- que

todo

el patrimonio del hombre de América

tiene relación con el patrimonio del hombre de Oceanía, mediata o in–

mediatamente. También los elementos de

facies

histórico-clásica, o

eurasiáticos, cuya traslación es seguramente mediata, han seguido el mis–

mo camino, como lo fodican 1.

º

el hecho de haber dejado vestigios pues–

tos

en cadena

a lo largo de las islas, 2.

0

su puerta de entrada por la costa

occidental, y 3.

0

su distribución en el suelo de América, en una zona

relativamente angosta, casi exclusivamente costanera y pacífica.

Respecto a los descendientes de aquellos autóctonos americanos

(sen–

su lato)

que hemos visto establecidos en el continente ya en el cuaterna–

rio inferior, su aporte a la formación del patrimonio etnográfico puede

considerarse nulo. Se nos presentan dos soluciones.

a primera supone

que esa humanidad se lhabía ex;tinguido en la época de las inmig¡¡aaiones

occidentales, y nada e traño hay, en eso, si tenemos presente el compor–

tamiento de los Paleolíticos del mundo antiguo respeoto a los gobladores

sucesivos y a su patri on-io instrumental y tendencias artísucas. La

segunda solución y acaso a má pro.,bable, no ha e necesai;io establecer la

desaparición comple , sino admit" una supel'vivencja limitada y dis–

persa, cuyos bienes materiales, caracte ízados por una extrema pobreza,

fueron

dominados

fácilmente por el patrimonio del hombre de Oceanía

(duelo de invenciones

según el lenguaje de Tarde) . En tal caso habría

que reexaminar bajo un aspecto nuevo los numerosos estudios y colec–

ciones del litoral atlántico, pues es admisible que la cultora material de

las zonas que aprovecharon en menor escala las influencias irradiadas

de los focos de mayor riqueza, conserven relictos y formas de las inven–

ciones del hombre primitivo, especialmente en la industria de la piedra

y del hueso. Mucha prudencia deberá asistir al que se propone identi–

ficar la procedencia de los depósitos de cocina, tanto en. el Norte como

en Sudamérica, ya sea en la faja atlántica como en ·1a pacífica, en la cual

Rivet, siguiendo a Uble, acaba de asignar los conchales a los pueblos de

habla Arawaca (XIX, p. 1 y 14), mientras que esta familia demuestra

haber llegado por el mar, estando en posesión de más refinados bienes

materiales.

Por fin, el comportamiento de los factores etnográficos influye ne-