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han los arados de oro; se abría la tierra
en surcos húmedos sobre los que pronto
había de caer la semilla.
Y otra vez, como doce lunas antes, es–
. taba allí el Inka impasible como un dios,
con sus ojos de ágata, brillantes, como
aceros en justa.
Al vencer la tarde, el arrebol cubría el
cielo,
y
el Apu Ausankati recortaba su si–
lueta en el fondo sanguíneo
empapando
sus níveas aristas en la púrpura ambiente.
\Vallpa Tupaj, astrólogo
y
filósofo de Us–
kamai ta, se hallaba cerca del Inka, quien
al verle silencioso
y
contemplativo, le ha–
bló de esta
maner~:
-Dinle, buen Wallpa, si has ·leído en
el kipus celeste la mala ventura, o si por
lo contrario, has descifrado en sus nudos
brillantes el dichoso destino de nuestras
ar1nas in1periales.
-
·Se.ñor
y
Jefe
nuestro~espondióle
\\Tallpa-mis ojos han visto representar–
se en el Ankash los diferentes grandiosos
espisodios de la guerra que por nuestro
Gran .Padre el Sol Iievan adelante los ca–
pitanes del Imperio.
-¿Y . qué has visto, Wallpa?
-Señor
y
Unico jefe: en la regi_ón infe-·
ra·z
y
hostil de los Llanos han muerto mu–
chos de tus soldados. Y cerca de esa gran