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HISTORIA DE LA CIVILIZACIÓN

PERUANA

317

· europeo, al que dejó maltrecho a la puerta de los conventos de To–

ledo, Salamanca, Sevilla

y

Santillana.

Y es que el tal evangelizador español es, ante todo,

un

lu~

chador.

Él vendrá

a

pelear con la cruz por arma, contra un enemigo

espiritual; el Diablo, las batallas que Balboa, Candia

y

Pizarro

pelearon contra enemigos de carne

y

hueso, con la :espada.

Si el diablo hubiese tenido

fe

de nácimiento ep. .América ha–

bría debido comenzar por llamarse, en cuanto

perua~o,

_atlántico

en los días de las Islas Afortunadas de Platón,

embrio-collagua

en

los del tránsito de la raza así denominada a través de la manigua

mazónica,

precollagUta

en los del escalamiento de los

contrafu~~tes

orientales de la Cordillera de lqs Andes,

y

protocollagua

en !os

de la fundación de Tiahuanaco.

Lógicaimente habría debido comenzar por tener un

nom~re

autóctono, colla o aimara,

descriptivo de su

mengtt;a:~a

naturaJe-

za

y

de su fun sto 1 ¡perio.

.

Su nombre

Sup

Y(!,

adqptado por los collas de

époc.as

pos–

teriores a la fundaci ón del Cuzco,

es quechua,

como derivado que

parece ser de una n-acio

inconfundible _quec-hua:

siipi.

Esto nos autoriza a · creer que

no

hubo un diablo collagua, o

si se quiere, aiínara,

ni

un diablo quechua.

·

El

supaya

quechua, adoptado en segunda instancia ·por los

collaguas, respondió evidentemente a una noción castellana:, ves–

tida, a falta de un nombre autóctono que no existió en las len–

guas nativas andinas, con el ropaje más soez y despreciable que

· se tuvo a la mano en la lengua cuzqueña.

1

Creemos de más explicar a personas entendidas en el idioma

quechua el significado de la palabra "supi".

La dificultad para los primeros catecúmenos quechuas, en

manos de sus evangelizadores castellanos, consistió en traduci_r a

su propio idioma, de sµyo

niaterialista,

los términos

Dios espíritu

y -Diablo espíritu,

y,

seguidamente, las nociones Dios, espíritu puro

inefable, y demonio, espíritu maligno, abominable

y

despre–

ciable.