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cada lugar una historia de su vida o una

pequeña leyenda que escuchábamos con

marcado interés.

Bien poca cosa nos había costado aque–

lla voluntad del indio: unas. gotas de al–

cohol y unas hoj as de coca y de tabaco!

Así debieron sin duda, los conquistadores

españoles,, comprar la amistad de aquellos

hombres y servirse de ellos mas tarde para

sus fin es de campaña, dándoles muerte

por último y apoderándose de sus riquezas,

en nombre de la civilización.

Un accidente imprevisto, nos demostró

la grandeza del alma de aquel hijo de las

sierras. La mula que cargaba las provi–

siones de carne y de galleta, se había des–

peñado, yendo a caer en un enorme preci–

picio. Nuestro guía nos dió la idea de una

·,improvisada cacerfa, ,f'lacilitánddnos los

medios de realizarla, para lo cual requi-

1~ió

la ayuda de otros indios de la aldea,

a la que volvimos para pasar la noche en

los preparativos necesarios. Nos propor–

cionaba la ocasión de adquirir carne de