![Show Menu](styles/mobile-menu.png)
![Page Background](./../common/page-substrates/page0130.jpg)
- i06 -
Como conquistadores de un nuevo mun–
do, penetramos en el primer rancho que
encontramos, dispuestos a obtener de la
mejor forma posible, un sitio seguro en
que pasar la noche. Pero la habitación
que habamos invadido estaba sola: un
montón de piedras y adobes que, a mane–
ra de altar completamente desmantelado
formaba todo el atalaje interior de la des–
habitada casa, nos indicó que debíamos
hallarños en alguna capilla abandonada.
La obscuridad no nos permitió elegir;
aquello era para nosotros, en esas cir–
cunstancias, como el mas confortable ho–
tel porteño. Por lo menos, aunque hacina–
dos, estábamos bajo techo, a cubierto del
intenso
frío
de una noche serrana.
Al rayar el día, ensillamos nuestras
mulas y, listos ya para la marcha, pudimos
contemplar desde a caballo el hermoso pa–
norama.
Los sepulcros que nuestra imaginación
había visto a la llegada, distantes de alli
como una cuadra, eran ya pequeños ran-