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la pequeña aldea, para cuyos tranquilos

habitantes llegamos como caídos de la lu–

na.

Aquella soledad, aquel silencio de necr;ó–

polis, mas impresionante aún por la helada

brisa que llegaba de las nevadas cumbras

cercanas, nos hacía ver en la borrosa si–

lueta de cada una de las casitas sin luz,

un -sepulcro construído entre las grutas,

una mansión de paz, de algún muerto in–

d.ígena que fuera ilus tre entre los de su

tribu salvaje.

Completaba el cuadro de tristeza, el

eco lejano del aullar de los perros, que en

las solitarias noches de frío lloran, al de–

cir de los indios , por que ven a los espíri–

tus, por que ven a las almas en pena que

vagan por el espacio.

Los trece excursionistas que formába–

mos la caravana, entre los que no faltaba

el molesto supersticioso, estábamos per–

plejos: parecía que la Tierra se hubiera

tragado a los tranquilos moradores de

Aparzo.