![Show Menu](styles/mobile-menu.png)
![Page Background](./../common/page-substrates/page0129.jpg)
- 105 .-
la pequeña aldea, para cuyos tranquilos
habitantes llegamos como caídos de la lu–
na.
Aquella soledad, aquel silencio de necr;ó–
polis, mas impresionante aún por la helada
brisa que llegaba de las nevadas cumbras
cercanas, nos hacía ver en la borrosa si–
lueta de cada una de las casitas sin luz,
un -sepulcro construído entre las grutas,
una mansión de paz, de algún muerto in–
d.ígena que fuera ilus tre entre los de su
tribu salvaje.
Completaba el cuadro de tristeza, el
eco lejano del aullar de los perros, que en
las solitarias noches de frío lloran, al de–
cir de los indios , por que ven a los espíri–
tus, por que ven a las almas en pena que
vagan por el espacio.
Los trece excursionistas que formába–
mos la caravana, entre los que no faltaba
el molesto supersticioso, estábamos per–
plejos: parecía que la Tierra se hubiera
tragado a los tranquilos moradores de
Aparzo.