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Formado así este curioso corral en una
extensión de 2 a 3 hectáreas, queda una
abertura, por donde los indios obligan a
penetrar a la caza que es arreada de ocho
a diez kilómetros a la redonda.
Una vez los animales dentro, se cierra
la abertura del cercado y allí los cazadores;
dan muerte a las piezas de mayor tama–
ño, procurando en esa forma, no exter–
minar ese ganado salvaje que facilita ali–
mentos y abrigos para todos los morado–
res de la montaña.
Algunos tiros de Winchester y de re–
vólvers, disparados con certeza, contribu–
yeron a nuestro fin.
Tomando solo la carne indispensable
para un almuerzo, dejamos la demás a
nuestros guías, a quienes pagamos luego
con largueza y volvimos al campamento
de Rodero, con una carga de doce hermo–
sos cueros de vicuña.