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lle principal se reunían comparsas de gi–
netes de ambos sexos, en su mayoría lle–
gados de los alrededores, y balanceándo–
se enorquetados, Dios sabe como, sobre
sus raquíticos rocines, ebrios por las fre–
cuentes libaciones de miztela y de chicha,
ostentaban en una mano las riendas que
aprisionaban conjuntamente con el cue–
llo de una botella a medio vaciar y, en la
otra, el rebenque o la tradicional caja.
El acompasado
pom, pom,
de la caja
o del bombo y el penetrante
tú tú .
. .
del
herquencho, incitaban a aquellas gentes a
la algazara, terminando los cantos con
gritos salvajes; y todos, completamente
todos, lanzando sus cabalgaduras en des–
enfrenada carrera, se atropellaban for–
mando grupos en que las pechadas da–
ban en tierra con algún ginete, accidente
que redoblaba el entusiasmo hasta lo in–
decible.
La clase media daba bailes en los ran–
chos; y la aristocracia asaltaba las casas
amigas, improvisándose la tertulia que