Table of Contents Table of Contents
Previous Page  412 / 430 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 412 / 430 Next Page
Page Background

340

HORACIO H. URTEAGA

Tinta; y todavía en 1814, en los campos' de Humachiri, ha de

caer vencido el indio Pumacahua, para ofrecer con los reta–

zos de su cuerpo, mutilado en el Cuzco, los trofeos de las vic–

torias realistas. Eran ya los hermosos días que clareaba la

liberfad, y que la noche colonial, ominosa y tétrica, sa recogía

para dejar el imperi10 a

inmen~as

claridades

!

¡

Pobre raza

!

¡

Nada hay más triste que la esclavitud

condenada al silencio

!

Cuando no hay a quién dirigir

la

protesta ni reclamar el estímulo de la esperanza, hay que

pensar como Epicteto, que hasta la cadena que ata puede es–

cuchar el diálogo que se genera pensando en la libertad. In–

feliz indio, sumido en la más horrible de las ergástulas : la

ignorancia; hermética cárcel donde no penetran los ray•os

del Sol, y donde no llega el calor del hogar feli?: que con–

forta y alienta para seguir con entusiasmo la faena. Así ha

vivido y así vive aún, irredento y quizá si perdido ya para

siempre, porque la voz interior de su conicíencia adormecida,

apenas si

ti.e.ne

sólo fuerza bastante para hacer del disimulo

hábito, y de la ignorancia, nexo de la vida.

Sólo una fuerza hubo entonces que pudo rescatarlo para

la elevación moral y la ciudadanía de un Estado: la eligión.

Desgracialdamente fué su destino, que se trasmutaran, radi–

calmente para él, los valores de la doctrina,

y

que las ense–

ñanzas del Evangelio apenas provocaran en su espíritu otra

cosa que la concepción idolátrica de la divinidad. diluída en

advocaciones iconográficas; la apreciación del culto en ritua–

lidad complicada y afanosa de dádivas; el sentimiento de la

dignidad del hombre interior y el vaolor de la vida, en fatali–

dad resignada a conquistar los goces u1traterrestres a costa

del sufrimiento y el do}or.

Así lo halló la República del año 21, víctima del cataclis–

mo histórico del año 1532, víctima de la suprema fuerza de

una civilización adelantada que para él había invertido sus

valores; víctima de la nueva doctrina, que le predicaba la re–

signación, que equivalía al anonadamiento, y víctima de la

ley que, piroclamando sus derechos, lo sometía a la servidum–

bre en nombre de su felicidad; "como si la esclavitud m:>ral

no constituyera, a la vez, el vicio y la desgracia", y como