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HORACIO H. URTEAGA
Tinta; y todavía en 1814, en los campos' de Humachiri, ha de
caer vencido el indio Pumacahua, para ofrecer con los reta–
zos de su cuerpo, mutilado en el Cuzco, los trofeos de las vic–
torias realistas. Eran ya los hermosos días que clareaba la
liberfad, y que la noche colonial, ominosa y tétrica, sa recogía
para dejar el imperi10 a
inmen~as
claridades
!
¡
Pobre raza
!
¡
Nada hay más triste que la esclavitud
condenada al silencio
!
Cuando no hay a quién dirigir
la
protesta ni reclamar el estímulo de la esperanza, hay que
pensar como Epicteto, que hasta la cadena que ata puede es–
cuchar el diálogo que se genera pensando en la libertad. In–
feliz indio, sumido en la más horrible de las ergástulas : la
ignorancia; hermética cárcel donde no penetran los ray•os
del Sol, y donde no llega el calor del hogar feli?: que con–
forta y alienta para seguir con entusiasmo la faena. Así ha
vivido y así vive aún, irredento y quizá si perdido ya para
siempre, porque la voz interior de su conicíencia adormecida,
apenas si
ti.e.nesólo fuerza bastante para hacer del disimulo
hábito, y de la ignorancia, nexo de la vida.
Sólo una fuerza hubo entonces que pudo rescatarlo para
la elevación moral y la ciudadanía de un Estado: la eligión.
Desgracialdamente fué su destino, que se trasmutaran, radi–
calmente para él, los valores de la doctrina,
y
que las ense–
ñanzas del Evangelio apenas provocaran en su espíritu otra
cosa que la concepción idolátrica de la divinidad. diluída en
advocaciones iconográficas; la apreciación del culto en ritua–
lidad complicada y afanosa de dádivas; el sentimiento de la
dignidad del hombre interior y el vaolor de la vida, en fatali–
dad resignada a conquistar los goces u1traterrestres a costa
del sufrimiento y el do}or.
Así lo halló la República del año 21, víctima del cataclis–
mo histórico del año 1532, víctima de la suprema fuerza de
una civilización adelantada que para él había invertido sus
valores; víctima de la nueva doctrina, que le predicaba la re–
signación, que equivalía al anonadamiento, y víctima de la
ley que, piroclamando sus derechos, lo sometía a la servidum–
bre en nombre de su felicidad; "como si la esclavitud m:>ral
no constituyera, a la vez, el vicio y la desgracia", y como