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BOCETOS HISTÓRICOS

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de la América suya no fué la culpa, ni de sus reyes, ni de

sus hombres doctos; hay que buscar el pecado en esas urdim–

bres remotas de la raza, dotada de sutileza suma para el so–

fisma que enma•raña la ley; en la lejanía del centro de go–

bierno, que evitando una inmediata fiscalización de procedi–

mientos y una exacta apreciación de los hechos y de los hom–

bres, hizo nacer la tentación, y luego la

terrible plaga de

letrados medradores, cabildante de oficio soldados de alqui–

ler, consejeros hipócritas so capa de religión, y oficiales del

rey abusivos so pretexto de lealtad

todos malandrines, fo–

llones y felones, y por decir en los propios términos sincró–

nicos de Ja época, ma.J intencionados, sandios y bellacos. Hay

sin embargo responsabilidades terribles que se pagan con el

agotamiento del propio ser : son los pecados mortales que

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cometen sofocando las leyes naturales, que no se infringen

sino con riesgo de la vi1da; y que tales fue1ion

las :!'altas

y

errores de la época,

bi.en

lo prueba el que, hasta hoy, :ub. iste

el mal; que de cuando en cuando manifesta sus síntoma

morbosos, y del que no están aún libres ni la madre ni

b

vástagos.

Pues bien, los indios del Perú, allá por los año:;; J e la

conquista, ni fueron un hato de cobardes ni formaron el tri. -

te rebaño de los miserables que arrastran con orgullo el ca–

rro triunfal del vencedor. Repuestos de la sorpresa que les

causó la estupenda superioridad de las armas de los con–

quistadores, cuando se convenció su sencillez de la falta. de

lealtad de los extraños, su patriótica exaltación

manifestó· ~

de un confín a otro del imperio, y la actitud de Manco II, el

afio 33, ·redime con creces a la raza. Este sacrificio inaugura

la serie de holocaustos por la Patria en dilatado tiempo. Du–

rante él, el fueg1¡¡ del altar e ocuta en cenizas, y de vez en

cuando se aviva para consumir nuevas \ríctimas: Toledo in–

mola en el Cuzco al primer Tupac Amaru, que ha caído en

la refriega defendiendo el sagrado retiro de los Hijos del

Sol; doscientos años después, allá por el de gracia de 1770,

el virrey Jáuregui, palia inícuamente la entencia de Areche,

que en la misma ciudad imperial destroza, como res en ma–

tade1:10, al segundo Tupac Amaru, quien personificando el

inmen o dolor de los esclavos, los v.engó de los ultrajes de

los correg·idore , ahorcando al má perverso en la plaza de