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BOCETOS HISTÓRICOS

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mente, " toda la serenidad de un cálculo matemático ": ilus–

tración en los agentes encargados de su manejo, una central

vigilada, guarnecida y dirigida, experiencias varias de su efi–

cacia, y mucha previsión en los que dirigen .el ejército por

ellas defendido. Nada de esto había en Arica. Cuando alguna

de ellas setalló, en medio de la confusa hecatombe, dañó más

a los defendidos que a los asaltantes.

Arica tenía, además, por el lado norte, y ya en el brreno

bajo, do fuertes que defendían la plaza por ese lado : el

Santa Rosa,

armado con un cañón Vavasseur de a

2fí0.

e1

San José,

con otro del mismo calibre y sistema, y do5 Parrot

de a 150. En el fuerte

Ciudadela,

de la colina, un Voruz ele a

100. Los cerros que circundan por el sur y el sur-este el

il'Io–

rro, quedaban indefensos: ni había cañones ni tropa:; para

defenderlos. El Morro, por fin, se hallaba defendido pur- un

Vavasseur de a 250, dos Parrot de a

ioo,

dos Voruz

d·~

a 70.

en una alta batería, y cuatro Voruz en la batería baja.

Para .entrar a su cima había que atravesar un sendero

estrecho, por el único lado accesible del Este, y ya en su cum–

bre existía un espacio suficiente para las evoluciones de ins–

trucción de un cuerpo de 300 soldados. Los contornos de c. .;(;e

célebre anfiteatro estaban bordeados de sacos de arena. que

servían de parapetos.

Tal era la célebre defensa de Arica, tan exagerada por

los invasores. (

5 ) .

Ouando hoy, con la serenidad de un cri–

terio desapasionado y atento, se reflexiona sobre lo que

f

J.é

esa trascendental acción, se impone una severa crítica. ¡.,ara

ese ejército victorioso, que dueño del mar, que dominaba con

su escuadra, y disponiendo ésta de cañones de alcance, que

protegían un des2mbarco, había perdido un ti'empo prec10s.J

desde mayo, que pudo tomar la plaza, antes que el ejército de

Tarapacá, reforzando débiles guarniciones, ocupase esd.

v,1-

sición y la de Tacna.

¿

Por qué no lo hizo ? La Historia ya ha

contestado esta terrible interrogación, y los mismos hisLJria–

dores chilenos han confesado la sentencia, que críticos ex-

(5) .-Y no obstante la exageración ele los historiadores chilenos,

rnbTe las inexpugnables defensas de Arica, don Máximo Lira decía a

Lincoln el 4 de junio da 1880: " Creemos aquí todos, que la

posesión de

Arica no vale

la

pena de perder lwmbres

".