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HORACIO H. URTEAGA

nición de 1,500 soldados y había que aprisionarlos sin péi·–

dida de tiempo. Para apoderarse de esa pequeña guarnición,

fiUe contaba con débiles defensas, se puso en movimiento ta–

d? el grueso del ejército chileno, fuerte ya de 15,000 soldados,

y se n0tificó a la escuadra que bloqueaba Arica, para que ayu–

uabe con un eficaz bombardeo, la acción de los asaltantes a la

¡:laza.

A~ica

es una antiquísima población; data quizá del tiem–

po en que la horda nómade se hizo sedentaria; más tarde fué

asiento de los civilizados yungas prehistóricos, y durante el

Virreinato centro de un activo comercio, y no decayó en im–

portancia en la era republicana.

La ciudad se recoge tras una pétrea eminencia, que for–

ma el término hacia el sur, de un contrafU'erte de la cordille–

ra, que al llegar a la ori.lla del océano, remata en un enorme

acantilado de 268 metros de altura, que lo hace por este

lado inaccesible. El Morro, nombre con el que se le de–

signa, es, pues, un p eñón de defensa natural, que res–

guarda a la ciudad por el sur. Ya por el este, el gran espolón

va descendiendo en larga falda, a manera de vasto plano in–

clinado, el que a corta distancia vuelve a levantarse para for–

mar una ceja de cerros, desde los cuales se puede dominar el

Morro. Circundan, además, al peñón, por el sur y aún por

el este, varios promontorios · de suficiente elevación, que,

si bien pueden ser baluartes de derensa, tomados por el ene–

migo y asegurados con gruesa artillería, pueden amenazar

eficazmente la posición superior del Morro y cubrir con una

cortina de fuego a la ciudad. Cuando · el ejército chileno ata–

có la plaza, la débil guarnición que comandaba el coronel

Bolognesi no había podido emprender serias obras de defen–

sa. Apenas si se lograron formar algunas baterías con para–

petos de tierra, piedras y sacos de arena, y ésto únicamente

en dos puntos: los llamados fuertes del

Este

y del

Centinela,

respectivamente, en el punto intermedio

y

en el extr·emo del

plano inclinado que unía el Morro con la ceja de los cerros.

Las defensas emprendidas en la plaza antes de los desastres

del ejército del sur, habían sido trabajos " intermitentes

y