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HORACIO H. URTEAGA
escribía a Linch que "vió llegar a esos valientes soldados en
número de 3,700 en un estado miserable, desnudos, descalzos,
que parecían cadáveres; la décima parte sin fusiles. Los ofi–
ciales en burros o mulas, sin monturas ni frenos. Sólo vió
que llevaban dos banderolas y como sesenta prisioneros ".
D e los 3,488 soldados salidos de Tarapacá, únicamente
72 hombres se habían perdido en la retirada a través del de–
sierto.
¡
Admirable prueba de disciplina, de resistencia y de
energía
!
" Aquel ejército, dice el historiador chileno, en un arran–
" que de severa crítica, dejaba en poder del enemigo la más
" importante sección de su territorio, y acaso más de una
" vez, volviendo la mirada hacia atrás, desde las elevadas
" cumbres que buscó para su retirada, ante el horizonte in–
" menso en que yacía su riqueza perdida, debió maldecir des–
" de ·el fondo de su alma la fatal política que conde.naba a su
"país a la desmembración". ( Bulnes. Ob. cit., c. XVI,
p.
699).
M-ientras estos sucesos tenían lugar en Tarapacá, acon–
tecimientos políticos y militares de trascendencia se desa–
rrollaban en Tacna. El 20 de noviembre, por ausencia del
Presidente Prado, que regresó a Lima, había recaído el man–
do die! ejército del sur en el Contralmirante don Lizardo Mon–
tero, y encontrándose subordinada a su autoridad la división
boliviana del Coronel Camacho, se inició una rivalidad entre
estos jefes, que comprometía la disciplina. Reunido, por fin,
el ejército de Tarapacá al die Tacna, y acentuándose las dis–
putas en el comando de las fuerzas aliadas, tuvo que empren–
der viaje desde La Paz el General Campero,, presidente en–
tonces de Bolivia, para dirigir las operacione militares que
le correspondían, según el tratado die la Alianza. ( 5 ) . Lle–
gado a Tacna, puso término a las odiosas disenciones y prin–
cipió a preparar la resistencia al enemigo, que habiendo ya
sentado sus r eales en Iquique y Tarapacá y bloqueado con su
escuadra Arica, operaba sus movimientos por el norte, con el
(5) .-En el pacto celebrado en Lima el 5 de mayo de 1879, se acor dó
que el mando en jefe del ejército aliado correspondería al Presidente de
la República, en cuyo territorio se ejecutarían las operacicnes militares,
si éste se encontr aba en el teatro de las operaciones.