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BOCETOS HISTÓRICOS
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la importancia de la región, ya por la resistencia que se opo–
nía a sus devastaciones.
Los cronistas españoles
y
el mi::tnn Garcilaso, atraídos
por el esplendor del Cuzco,
y,
sobre todo, por la situación
y
el rango de la ciudad capital del imperio, olvidaron o des–
cuidaron la descripción y tradiciones de otros centros de
importancia, y así nada quedó para la historia, de Huánuco
Viejo, ni de Vilcashuaman, ni de Ollantaitambo, de Cuelap
y
Huaitará. Hoy que se rehace la historia de la yieja patria
y que pacientes aficionados examinan los monumentos,
cuando éstos se encuentran, la mirada cae ávida sobre ellos
para leer en sus páginas de piedra, eso que no nos contaron
en libros los historiadores, pero que se trasmite a la poste–
ridad por el único medio que halló el hombre hambriento de
inmortalidad y de gloria, en todas las épocas del mundo.
Pero en Huaitará no sólo es el monumento de piedra
i·egular y tallada con primor, sobre la que se ha levantado
la iglesia cristiana, lo que se encuentra; también es la leyen–
da orgullosa y poética, que la guardan viejos indios para
contarla en las frías noches de junio al resplandor de sus
fo–
gatas.
Era la época de los señores de España: el Virrey tenía,
en toda la región de Huancavelica, sus mandones que apresa–
ban a los indios para sumirlos en las húmedas galerías de las
minas de azogue; infeliz del que caía en manos de los capata–
ces, volvía al seno de su familia cuando el reumatismo ha–
bía torcido sus huesos y deshecho sus músculos; cuando sus
ojos se habían reventado con los envenenados vapores del
mercurio, y cuando, sin fuerza que pudieran ya ser explota–
das, la vida del indio era un obstáculo.
Un día se anunció la llegada a la región de Pilpichaca,
de una numerosa comitiva de señores; el alboroto fué gran–
de entre los indios, muchos huyeron a esconderse en las mon–
tañas, y en Huaitará sólo quedaron las mujeres ; cuando llegó
la comitiva de españoles, a los
q~e
precedían danzantes y mú–
sicos, se supo que allí venía el mismo
Virrey
y la
Virreina
su esposa; aquél era un anciano de rostro severo, y ésta una
señora de belleza incomparable, a quien acompañaban otras
mujeres tan bellas como la virreina; hacían escolta a tan al-