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HORACIO H. URTEAGA
Don fray Jerónimo de Loayza encontró el recurso de las
monjas fundado, y decretó el pel"!llliso paira la admisión de
las Alvara:do, derrotando al paidre Santa María. Las aspi–
rantas, llenas de júbilo, prepararon un fiesta para su ingre–
so y toda la ciudad se entusiasmó, a despechó del padre pro–
tector, que no se dió por vencido.
Como el local de 1Concha había sido ampliado y refor–
mado con las limosnas dadas al padre Santa María, éste,
alegando derechos sobre la casa, se presentó como su dueño.
Citó a la abadesa y a las monjas, y les dijo: "Puesto que no
queréis cumplir con mis ordenanzas y faltais a la regla que
os impuse, desde hoy dejais de ser mis protegidas y mis hi–
jas, y bien podéis abandonar mi casa y llevar a donde os tras–
ladéis a todas las mestizas, con quienes parece que hacéis muy
buena compañía. Mande el señor Arzobispo en lo suyo, que
yo mando en lo mío ".
El Arzobispo se portó con nobleza: de su propio peculio
compró una casa-solar ·en las calles de Cueva y San Cristó–
bal y ordenó la edificación de un convento. Las monjas de
Concha tuvieron desde entonces, por protector, al Arzobispo
y vistieron el hábito de las canónigas agustinianas. El viaje
de Concha a la actual Encarnación, fué para concluir con la
pacie_ncia del orgulloso padre Santa María. Lima estuvo ese
día, 13 de marzo de 1562, de solemne fiesta. Las monjas sa–
lieron de su alojamiento, acompañadas por el Arzobispo y
el virrey Conde Nieva, y las siguieron corporaciones y ve–
cinos; muy pocos quedaron en sus casas sin acudir al corte–
jo; entre cánticos y bendiciones penetraron a su nuevo claus–
tro para no salir jamás. Cambiaron de casa, de protector y
de hábito,
y
hasta su monasterio, dedicado a
uestra Señora
de los Remedios, se cambió en La Encarnación.
En la nueva casa, pronto creció el número de monjas,
y, junto con ellas, las rentas del monasterio, el cual se en–
grandeció
y
edificó un templo con suntuoso coro y dependen–
cia .
El
Arzobispo les hizo donación de una de las imágene
obsequiadas por Cario V para los templos del Perú, imagen
que aún se venera en el interior del convento. Doña Leonor,
que fué prelada durante 29 años, falleció el 27 de julio de
1590, a
la edad de 78 años, sucediéndole en
la abade-