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BOCETOS HISTÓRICOS

121

ta; a la tierra fecunda que, junto con el fruto, trae ia abun–

dancia, la paz y

la

alegría; se impusieron a la creencia del

indio aborigen y favorecieron el culto ostentoso del costeño.

Pero antes, mucho antes que su religión alcanzara este desa–

rrollo y se ofreciera ya con los caracteres de un adelantado

naturalismo, reinó en ellas

la

adoración al fetiche y el grose–

ro culto totémico.

¿

Qué nos cuentan los cronistas

y

los mitólogos del antiguo

Pe1·ú?

Los cronistas de Indias, los sacerdotes catequizadores y

pesquisadores de las idolatrías de los yungas, nos han dejado

relatos de esas creencias y la enumeración de los mitos, grose–

ros en su representación, pero elevados en sus simbolismos. A–

doraban al pez, representación simbólica del mar; al ave que

cruza el cielo y recorre en bandadas los espacios, personifican-

Fig. No. 15.-EI totem de los yungas de Nazca es un tigrillo que

ostenta como mostachos dos cañas de maíz

y

dos frutos de la misma

planta, que parece que sujeta; lo muestra como protector de la bené–

fica pl::inta que, s=guramente, le estaba consagrada.

do una deidad aérea y diáfana; a la tierra fecunda, alimentada

por el agua, embellecida por la vegetación, en el dios Pachaca–

mac, divinidad-pescado y hombre como el

Oanes

de

la

antigua

Caldea, o ave colosal y representación humana hermafrodita

como el

H01·us

egipcio. Este naturalismo religioso fué, se–

guramente, como ocurre en la creencia de todos los pueblos

primitivos, antecedido de un fetiquismo aún más rastrero.

Se tributó culto al animal, porque se gozó de sus beneficios

y se temió de su ferocidad. En el Perú habría que repetir lo

que Diódoro Sículo nos cuenta del Egipto clásico: " Aquí,

dice, se adoró al animal que ayuda a laborar en el campo, o al