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LA AGRADA BIBLIA
sobre la circuncision, que acababa de leer
aquella mañana. Y resporidiéndoie
el
Abad
que ya en las mas acreditadas versiones vul–
gares que se leian en Italia, Francia, Alema–
nia·&c. se usaban otras palabras ó frases de
las que exigia la letra material de la ver–
sioll Vulgata latina, replicó el Sr. D. Cárlos
IV con su natural viveza: "¿ No era cate–
drático de Escritura el sobrino de Vd. [el
inismo Torres Amat] qu3 ha venido á esta
igle ia? Pues bien; que se dedique
á
eso en
los inviernos.' Este honor que me dispensó
S.M., hizo que comenzase luego á trabajar
sobre la traduccion del P. Scio.
«Pero á poco tiempo mandó al Patriarca
inquisidor general que formando una junta
de teólogos
y
personas inteligentes en las
lenguas hebréa y griega, presidida por el
Arzobispo Abad, su confesor, examinasen
una nueva version ca tellana de la Biblia,
que acababan de presentarle como obra del
sabio jesuita P. Pet.isco [muerto en Ledes·
ma, su patria, á 27 de Enero de
i
800
J.
Nueve fueron Jos cenrnres; y al cabo de
diez meses despues de haber conferido va–
rias veces entre sí, reunidos en Madrid por
el Ilmo. Sr. Amát, resolvieron unánimes
que no podia imprimirse aquella version
así como estaba, y que no la creian obra del
célebre humanista P. Petisco. Para eviden–
ciar la exactitud de su censura, presentaron
una muestra de varios defectos substancia–
les que habian notado, y tambien de otras
imperfecciones de lenguaje que contenía.
Al dar cuenta á S. M. de este dictamen el
Excmo. Patriarca inquisidor general le dijo
el Rey que se encargase á alguno de los
censores el corregir los defectos de Ja Biblia
manuscrita. Habia sido yo uno de ellos; y
en mi censura decia que se hallaban en
aquella version manuscrita algunos pasajes
felizmente traducidos, al lado de los defLc–
tos que notaban justamente los censores.
Esto fué la causa de que se me encargase la
correccion. El Abad medió por compañeros
en esta ardua tarea á los dos canónigos
D. Agustio Cáceres y D. Juan Manuel Be–
doy:i. En aquel invierno hicimos los tres la
correccion de los santcs Evangelios, que
era la parte en que ménos defectos tenia la
version manuscrita. Pero
á
pesar de eso, re·
sultaron mas correcciones que versos. En–
viamos este ensayo al Sr. Arzobispo Abad:
éste le entregó luego al Patriarca inquisidor
general, y entónces fué cuando S. M. por lo
que le dijo dicho Sr. Patriarca, manife tó
sus deseos de qlle me dedicase á trabajar
una versioo que fuese
mas clara
y
caslc–
lla11a qtte la de
Seto....
«Desde entónces me dediqué á esta em–
presa, en Ja cuñl me halló la revolucion
de
I
808, y á cuyo desempeño me animó
tanto mi venerado tio, que desde aquel dia
fueron los Libros sagrados mi única ocupa–
cion. Cuantos textos difíciles de la Escritura
hallaba el Sr. Amát explicados en las obras
de los santos Padres que revolvia, me daba
luego nota de ellos para que los examinara.
Jamás leia un pasaje de la Escritura que le
parecia oscuro, que no me llamase para co–
tejarle con' el original hebréo ó griego....
Leia con detenida re"flexion lo que yo iba
traduciendo, anotando con una señal al
márgen los versos que le pareóan dignos
de meditarse y corregirse; pero su excesiva
modestia le reducia á decirme:
kfe
parece
qtte esto d'!!bc corregirse: medita bien et'texlo
ori5i11al
y
mira si puedes darle otro seut1do
que
110
sea contrario
á
la Vnlgata.
Antes de
imprimir el primer tomo de la version, me
mandó expresamente que de ningun modo
hiciese mencion de esto, ni le nombrase
para nada. Obedecí entónces; pero ahora es
justo que explaye mi gratitud al que ha
sido mi segundo padre, y mi mentor du–
rante mas de cuarenta aüos, y que reconozca
ser de mi amado tio lo que tenga de a\gun
mérito dicha version
»
(1,
i
55-1
'7).
Así se expresaba Torres Amat, por Jos
a!'ios de 183 ·, al dar cuenta de la suya en
la
Vida
del Arzobispo de Palmira; y en la
Carta Pastoral
de
20
de Marzo del mismo
aüo al Clero y Pueblo de su diócesis de As–
torga, afiadía en confirmación de lo mismo,
y
á manera de suplemento, lo que sigue:
«En 10dejuliode 1815 S. M.elSr.D. Fer–
nando VII, por oficio que recibí del Excmo.
Sr. D. Tomás Moyano, que era entónces
Secretario de Estado y del Despacho de
Gracia y Justicia, y por otro tambien del
Excmo. Sr. Duque de S. Cárlos, Mayordo–
mo mayor que era de S.M., se dignó man-