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XVl -

diente aun

~t

niños en mantillas, menores de un año de

edad,

y

se ve

muchachitos que· no pasan de cinco

á

seis años, diestrísimo en el beber. De esta manera se

inocula en los niííos el vicio de la ·embriaguez antes

que lleguen al nso de Ja razón. Por esto hay tanto

embrutecimiento en las fn.cnltades intelectuales de la

gente indígena. La extensión de esta obrita no nos

corresponden á cada uno de ellos (hombres y mujeres, adul–

tos y niños), en término medio,

211/2

litros anuales. Es verdad

que la población de la capital se ha aumentado eri los últi–

mos años, pero no se han publicado dato estadísticos acúca

de esto ó sea posteriores

á

los del Señor Andrade Marí11.

También es cosa sabida que la gente de los pueblos circun–

vecinos, cuando viene

á

Quito, se aprovecha bien de la oca–

sión para beber á su gusto, mas,

á

pesar de e to, es excesivo

el consumo de una bebida que no sirve ni para satisfacer el

hambre ni apagar la sed, sino que tiene utilidad solamente

en pocos casos, en calidad de medicamento. Y en algunos

pueblo principales de las provincias se consume aun más

aguardiente que en la capital. Lo l eor es que el vicio de

la embriaguez ya no tiene vergüenza, y que la opinión

pública ya no aborrece este vicio tan feo en sus manifesta–

ciones exteriores como funesto en sus consecuencias. ''Desinit

esse remedio locus, ubi, qure fuerant vitia, mores sunt" (Séneca).

Para formar y perfeccionar la opinión pública debería la

prensa periódica, si quisiera tener alguna tendencia más noble

que la de ganar la vida, reprender los excesos en el u o de

bebidas alcohóÍicas y combatir los desórdenes públicos, pro- .

poniendo al poder legi lativo sabias leyes al respecto,

é

indi–

cando al ejecutivo medida oportunas para conseguir el

objeto de las leyes.

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