D. JOAQUIN DE LA PEZUELA.
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rantes, y para honra del Perú , que inspira los más
dulces sentimientos
en ~
s tiempos de mayor enco–
no, fuel'on mucho más raros de lo que suelen ser en
paiísesmuy cultos, los bárbaros excesos de la guerra.
Sólo hubo que lamentar, ae un lado algunas matan–
zas, ejecutadas por contados realistas en desiguales
combates con los indios, y la devastacion
d~
algu–
nos pueblos entusia
tas~
y·
de otra parte las atroces
· represalias, tomadas
á
veces por los indígenas, sea
en el fragor de los combates, sea por un frío fata–
lismo, qu,e les movía
á
aceptar sin misericordia
y
sin mi@do la alternativa de dar la muerte
6
recibir–
la, creyendo estar en una lucha .de exterminio.
Segun cuentan , un indio , amigo. de un español, le
dijo con gran calma: (( Compadre, pue que le
han de matará V., mejor será, que yo le mate, que
no otro.
1>
Verdadera
6
supuesta tal ocurrencia, pin–
ta bien los sentimientos pasajero de la mísera raza,
reducida á la extrema _de e peracion. Pero de ordi–
nario desplegó con todos u dulzura característica,
y
en cuanto
á
los beli erantes de mayor cultura,
más de una vez · se hicieron admfrar, de una
y
otra parte, por el buen
t:r-
tamiento de los prisio–
neros
y
por las recíprocas pruebas de cortesía caba-
. Heresca.
El valor no estaba reñido con el porte más hu–
mano. Al retirarse San Martín á Huacho había de–
jado en Chancay una pequeña division á las órde–
.~es
de D. Andres Reyes, contra la que marchó de