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y fueron traydos a los apossentos, en donde fu ron

desarmados. Algunos de los mal yntencionados

propussieron de matar al General y el capitan

Diego Diaz y Geronimo de Villegas

y

otros no

consintieron en ello, diziendo que no era bien se hi–

ziesse tan gran crueldad en hombre que auia sido

muy bueno para con ellos, ni era razon de tratalle

mal, sino que lo dexassen boluer a Lima, si ya no

se quisiesse yr con ellos a Gonc;alo Pi<;arro. ¡O

que vale la bondad y virtud en vno que es bueno,

que hasta aun los enemigos le aman y quieren bien

y bueluen por el!; y los soldados hizieron lo que el

capitan dixo, que no se le hizo ningun mal por ser

bueno. Ma en fin, uvo algunos tan desuer

o~c;a­

dos que le tomaron el cauallo y las arma ,

y

el las

dio lueo-o de buena gana; y a los demas leales qui–

taron las armas y cauallos y los dexaron a pie, y

no hallaron a los otros leales, que se escondieron

mientras prendían al General. Hechas estas cosas

por los amotinadores, se fueron derechos al tira–

no, muy alegres, como si uvieran hecho alguna

cosa buena, auiendo cometido, como cometieront

tan gran aleuosia y traycion contra Dios y Su Ma–

gestad, por

)

r a seruir a vn tirano conoscido. El

General se fue a la cibdad de Lima en un cauallo

que le dio Luys Garcia Sant Mames, y los otros

leales, que serian hasta diez hombres se fueron

a pie su poco a poco, en cuerpo, como gentiles

mancebos que no lleuauan sino calc;as y jubon s,

y sin <;apatos ni botas, que los descarado le

auian quitado la ropa d'encima. Lleo-6 ela uñez

vn dia a palacio, bien destroc;ado y en cuerpo, qu