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DE LA RE OL CIOr DE INGLATERR .
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en Marston-Moor, desbarató por su parte los escuadrones de Langdale,
y dejando
á
dos de sus oficiales para impedir que ::;e rehiciesen, se apre ·urú
á
olver al campo de batalla, que se disputaban ambas infanterías con
mayor encarnizamiento que en ningun otr.o punto.
Los parlamentarios, atacados por el mi mo rey, fueron al principio
1lesurdenados y kippon gravemente herido; Fairfax le instó
á
que se
retirase. « o, dijo, mientras baya un sóldado en el campo, permaneceré
aquí : n y dió
á
su reserva órden de adelantarse. Un sablazo quitó el
casco á Fairfax; Cárlos Doyley, coronel de su guardia, al verle correr
pol' el campo de batalla con Ja cabeza desnuda, le rogó que aceptase el
suyo: «estoy bien, no le necesito, respondió Fairfax;» y añadió enseñán- .
dote un cuerpo de infantería real que se mantenía firme en el campo :
cq Como pues! ¿serán una muralla esos hombres? ¿los habeis cargado?–
Dos veces, general, pero sin fruto.-Pues bien! atacadlos de frente,
mientras lo hago yo por retaguardia,
y
nos encontraremos en el centro :
i>
y en efecto se encontraron atravesando las lineas en.emigas. Fairfax mató
por su mano al abanderado, y entregó el estandarte
á
uno de los suyos :
envanecíase por ello e te como de una hazaña propia, lo que incomodó á
Doyley; mas Fairfax le calmó : «Bastante honor me ha cabido, le dijo,
dejad
qu~
él tome una parte. n
Replegábanse ya los realista', cuando apareció Cromwell con sus es–
cuadrones victoriosos. Al verlo se puso Cárlos á Ja cabeza de su regi–
miento de guardias, única reserva que le ·quedaba para cargar
á
este
nuevo enemigo; ya se babia dado la órden
y
puesto la tropa en movi–
miento, cuando el conde de Carnewarth, escocés, que iba al lado del rey,
cogió la brida de su caballo, y esclamó echando un voto: «¿Queréis que
os maten?» y le hizo volver riendas. Los caballeros que estaban al lado·
del rey hicieron lo mismo sin saber porque; los demás siguieron el ejem–
plo, y en un abrir de ojos babia todo el regimiento dado la espalda a1
enemigo. La sorpresa degeneró en terror; todos se dispersaron por la
llanura, unos para huir,
y
otros para retener á los fugitivos. En vano es–
clamaba Cárlos en medio del grupo de sus oficiales :
¡
Deteneo 1
¡
deté–
neo ! olo se desvaneció un tanto el terror á vista del príncipe Roberto
que olvia al fin al campo de batalla con sus escuadrones. Rehizose en-
ances alrededor del Tey un cuerpo bastante numeroso, pero compuesto d@
caballeros en desórden, fatigados, turbados y abatidos.
Cárlos, con la espada en la mano, los ojos inflamados, y la desespe–
racion an el semblante, se abalanzó dos veces, esclamando con todas sus