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DE LA RE OL CIOr DE INGLATERR .

225

en Marston-Moor, desbarató por su parte los escuadrones de Langdale,

y dejando

á

dos de sus oficiales para impedir que ::;e rehiciesen, se apre ·urú

á

olver al campo de batalla, que se disputaban ambas infanterías con

mayor encarnizamiento que en ningun otr.o punto.

Los parlamentarios, atacados por el mi mo rey, fueron al principio

1lesurdenados y kippon gravemente herido; Fairfax le instó

á

que se

retirase. « o, dijo, mientras baya un sóldado en el campo, permaneceré

aquí : n y dió

á

su reserva órden de adelantarse. Un sablazo quitó el

casco á Fairfax; Cárlos Doyley, coronel de su guardia, al verle correr

pol' el campo de batalla con Ja cabeza desnuda, le rogó que aceptase el

suyo: «estoy bien, no le necesito, respondió Fairfax;» y añadió enseñán- .

dote un cuerpo de infantería real que se mantenía firme en el campo :

cq Como pues! ¿serán una muralla esos hombres? ¿los habeis cargado?–

Dos veces, general, pero sin fruto.-Pues bien! atacadlos de frente,

mientras lo hago yo por retaguardia,

y

nos encontraremos en el centro :

i>

y en efecto se encontraron atravesando las lineas en.emigas. Fairfax mató

por su mano al abanderado, y entregó el estandarte

á

uno de los suyos :

envanecíase por ello e te como de una hazaña propia, lo que incomodó á

Doyley; mas Fairfax le calmó : «Bastante honor me ha cabido, le dijo,

dejad

qu~

él tome una parte. n

Replegábanse ya los realista', cuando apareció Cromwell con sus es–

cuadrones victoriosos. Al verlo se puso Cárlos á Ja cabeza de su regi–

miento de guardias, única reserva que le ·quedaba para cargar

á

este

nuevo enemigo; ya se babia dado la órden

y

puesto la tropa en movi–

miento, cuando el conde de Carnewarth, escocés, que iba al lado del rey,

cogió la brida de su caballo, y esclamó echando un voto: «¿Queréis que

os maten?» y le hizo volver riendas. Los caballeros que estaban al lado·

del rey hicieron lo mismo sin saber porque; los demás siguieron el ejem–

plo, y en un abrir de ojos babia todo el regimiento dado la espalda a1

enemigo. La sorpresa degeneró en terror; todos se dispersaron por la

llanura, unos para huir,

y

otros para retener á los fugitivos. En vano es–

clamaba Cárlos en medio del grupo de sus oficiales :

¡

Deteneo 1

¡

deté–

neo ! olo se desvaneció un tanto el terror á vista del príncipe Roberto

que olvia al fin al campo de batalla con sus escuadrones. Rehizose en-

ances alrededor del Tey un cuerpo bastante numeroso, pero compuesto d@

caballeros en desórden, fatigados, turbados y abatidos.

Cárlos, con la espada en la mano, los ojos inflamados, y la desespe–

racion an el semblante, se abalanzó dos veces, esclamando con todas sus