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lllS'(OnIA

Aprovechó el parlamento esta dispo icion de los ánimos, invitando

á

Jo

aprendice

á

que senta en plaza, y declarando que el tiempo de servicio

se les abonaria en su profe ion

ú

oficio; la municipalidad ofreció 4, 00

hombres de sus milicias y encargó su mando

á

kippon. ((Vamos, hijo

mios, les dijo al ponerse á su frente, confianza y buen ánimo en el com–

bate : yo correré los mi mos rie gos que vosotros. E ta e la causa de

Dios, la de vuestras espo as, Ja de vuestros hijos,

y

la de vosotros mis–

mos. Animo, hijos miii>s, y Dios bendecirá nue tro esfuerzos.n Durante

el dia y la noche salieron de Lóndres los nuevos reclutas , milicianos

y

voluntarios, para entrar en el ejército. Al dia siguiente, á una milla de

las avanzadas del rey, pasó Essex revista, delante de un numeroso gentlo

á 24,000 hombres formados en batalla en Turnham-Green.

De nuevo se principió la cuestion sobre si se debería ó no atacar·

Hampden y sus amigos insistían vivamente en razon de las circunstan–

cias. iguiendo su consejo, se efectuaron algunos movimientos, ontra el

parecer de Essex y de los antiguos militares; pero un incidente lo cam–

bió todo. Cierto día que estaba el ejército en línea, dos

ó

tres ciento

espectadore á caballo se alarmaron, tomando á galope el camino de

Lóndres : fue tal con esto el terror de Jos parlamentarios, que muchos

iban ya

á

emprender la fuga. Di ipada la

al.ar.ma

se serenaron los sem–

blantes,

y

renació la confianza á vi ta de los vi veres que traian de la ciu–

dad las mujeres. Con esto conoció Essex cuan efímero era el entusiasmo,

y

volvió

á

ponerse

á

su defensiva. El rey que por su parte temía mucho

un ataque, pues le escaseaban las balas y la pólvora, se retiró sinobstácu–

lo

á

Reading

y

en seguida

á

Oxford, donde estableció sus cuarteles de in–

vierno.

Tanta lentitud, combatida en vano por lo jefes del parlamento, tenia

causas mas poderosas que la actitud acilante del soldado, ó la pruden–

cia del general. Lóndres estaba lleno de divisiones · de incertidumbres.

Manifestábanse altamente los partidarios de la paz, que solo por temor y

por

necesid~d

babian aceptado la guerra. Por otra parte algunas peticio–

nes bastante vivas, contra el papi mo y el poder absoluto, clamaban por

que se pusiese un término

á

ella. Eran desoídas yse amenazaba

á

sus

autores; pero en po de ellas venían otra , redactadas en los condados

y

dirigidas á los lores que se creían mas di puestos

á

recibirlas. Tampo–

co faltaban peticiones contrarias á estas, procedentes de los magi trados,

de la municipalidades

y

del pueblo, todos adictos

á

los miembros mas

exaltados de la cámara baja. n mercader, llamado hute, acudía todos