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conservar sus
ri·~ueza~,
ni mahtener
su inmensa
~ridad;
debe compren·
der que ni el fanatismo, ni la igno·
1·ancia, ni la soberbia
y
ambición mun·
dana, ni
Jas
riquazas ni
la
protección,
son las armas que pueden hacerla res·
pet.~ble
y
~anta,
á
fin de ejercer una
influencia benéfica
y
g.eueral en
Ja
condición de tos pueblos,
y
de alean·
zar,
asi, las verdaderas victorias de
la.
religión en el ca.mino del progreso.
»
Ttempo perdido sería que nos detu–
viéramos exponiendo lo que
faé
en
Es·
pafia el poder clerical, cuando es asun·
o tan sabido.
Ed
Roficieote recordar
que en tiempos de Felipe
III
un cronís·
ta escribía: ccSacerdote soy;pero confie·
o
que omos más de los que son me·
nestern, pues solo frailes domínicos su·
mabao entóoces
32000,
y
en dos obi
pa·
dos no má ,habie.
24,000
clérigo
(67];
que las Cortes eran incansable en pe·
dir e moderase
Ja
codicia del clero e·
fial
nd
la
desme ida extensión de
la
mano ntuertas
omo
una de Ja causas
tle la ruina deh·eino[6 ]·que;contra los
e.busos
y
torpezas del San to Oficio, los
pueblos
y
sus procuradora clamaban
bra citada de Danvila.
y
del reino
d~de
Cá.rlos