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I

,

LII

Prólogo.

dió con el suntuoso adoratorio del Diablo, que le pro–

dujo treinta mil pesos,

y

tuvo

conocimiento de las ri–

quezas enterradas en sus contornos, por una sepultura

que abrieron

y

contenia utensilios

y

alhajas por valor

de diez

y

siete mil pesos

(a).

A pesar de lo cual

y

de

las súplicas

y

requerimientos de los soldados, no quiso

poblar allí ni

·á

la ida ni la vuelta, al cabo de dos meses,

de las montañas de Abrevá, de donde salieron por en–

tre pantanos, bosques

y

barrancas, combatidos por la

lluvia, los huracanes,

el

hambre

y

la. muerte. ·Sospe–

chábase en el ejército que don Pedro no poblaba en

Fincenú, porque queria sacar

á

solas con sus criados

y

esclavos

y

sin testigos aquel tesoro. Si lo pensó no

lo hizo

6

no lo pudo hacer, al ménos en esa forma;

. pero aquellas sospechas, injustas

ó

fundadas, no tarda–

ron en traerle grandes trabajos

y

amarguras

(b).

(a)

E st e hecho, que no deja de tener su importancia histórica, lo consigna

el tesorero de Cartagena Alonso de Saavedra en carta al Emperador, fecha

en esa ciudJd

á

26 de mayo de 1535 (Col. 'Muñ., t. 80,

f.

0

121). Cas–

tellano" lo

p~a

en silencio. En cambio hace subir

el

despojo del di:ibólico

adoratorio

á

más de ciento y cincuent_a mil ducados. 'Yo me atengo

á

lo

que asegura Saavedra, que tenia entre otras razones para saberlo

á

tiencia

cierta, la de su cargo y el haber acompañado al gobernador al Cenú.

(b)

Juan de Orozco

fué

uno de los que participaron de la sospecha, y

el beneficiado de Tunja acoje en su historia rimada la grave censura que

envuelve del proceder de Heredia; Cieza opinaba como

Oroz.co

. Sin em–

bargo, Saavedra, que era enemigo del gobernador, y le acusa en su carta

de cosas más menudas, no dice una palabra en ese as unto.