Capítulo
l.
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que se le diera muerte tan cruel como hoy lo testifica
Añaquito, tan vecina á la equinocial. Las cosas que
han dé ser no las podemos excusar, pues mana todo de
la voluntad del altísifno Dios.
Allegado el visorey
á
la cibdad de Panamá sin
aguardar á los oidores, que por algunas causas no sa–
lieron con él, ántes quedaron en el puer to de Nombre
de Dios, halló en aquella ciudad al.licenciado Pedro Ra-
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mírez de Quiñones, oidor ques agora de Los Confines,
tomando residencia al doctor Villalobos y al licenciado
Paez
(a),
oidores que habian sido en la audiencia que ha–
bia estado asentada en aquel reyno. Luégo tomó el sello
real
y
fué puesto en un cofre con la veneracion que con–
venía;
y
sin considerar más de hacer lo que le habia
mandado S.M.,
é
trayendo comotraya diversos capítulos
de las ordenanzas para ejecutallas en toda parte que se
hallare, entendió luégo en la ejecucion dellas, querien-
. do que todos los indios é indias del Perú fuesen envia–
dos
á
aquel reyno, cada uno á su tierra
é
naturaleza á
costa de las personas que los tenian, pues la voluntad
del Rey era que fuesen libres como súbditos vasallos
suyos. Y no embargante que era cosa santa
é
justa lo
que se mandaba, algunos dellos habia que eran casados y
otros que querían bien
á
sus señores
y
estaban media–
namente
indu~triados
en las cosas de nuestra Santa Fe
Católica;
y
aun destos que mandaban que fuesen, se
huyeron no pocos dellos á partes secretas, por n? ir
á
donde les mandaban, y otros se iban
á
las iglesias, de
(a)
Lorenzo de Paz le llama Herrera. (Déc.
VII,
lib. VI, cap. VI. )