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EtriL1S51R5:~1e'9,
CAPITULO
l.
0
INTRODT/CCION.
4
'ORDEN DE LAS
LEYES ECLESIASTICA,
EN
todas
las
obras
de
Dio"' resplandece
su
sahiduria:
los
'tie1os
y
la tie
'l'lj.
on a pru ba: la estructura del h11rnbre
y
' del mas pequ
ño m
e ·to lo testifica. De Dios vieOP. el or–
den, la ley
r
la regla, en cuanto nos es \'isible.
¿Que rej1s–
tra Newton e
s astro , sino cualidades inhereutes
á
esas
graneles masa , que son los preceptos inmutables de sus
m<->–
vimientos?
¿Que advierten el fisico y el botanico en la pro-
,
pagacion de los seres, sino leyes jamás interrumpidas, que el
poder de los siglos, ni alteró ni mudó? Diga La l\fetrie, que
el hombre es ui:ia máquma.
¡Desgr11ciado! Esa ma<¡uina pu–
blíca de contínuo la Omnipotencia y sublime talento de su au•
tor. Rejistren Cabanis
y
Brusais el cerebro del hombre; otro
m&derno la configuracinn de su cabeza; pronostiquen por los
signos, la sanid11:d. enfermedades, vicios
y
virtudes ¿cual es el
resultado? Que las leyes sacrosantas del Lejislador Et1wno,
no se sujetan al capricho de los débiles m11rtales.
¡Ordena!
~or
Omnipotente, no serias Dios, si procedieses por una
vo~
}untad mudable y arbitraria!
CuANno palpamos las leyes del mundo fisico, seria un
absurdo presumir, que la Providencia·
fué
indiferente en cuan..
~o
al sistema moral.
Si Dios no dictaba lt>yes, no podia ser
JUSto remunerador : no babia virtud , ni vicio.
Los castigos
y
los premios, el Sultán mas absoluto los aplica y reparte con–
forme
a
su voluntad antes manifestada.
No
habiendo
Jey
na