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rramos en una de esas aberraciones que no es dable supo–
ner en una administracion medianamente discreta; que des–
pues de impulsar la impl antacion de la industria por todos
los medios posibles como se hace en Aguas Blancas i Taltal
se
lleg~e,
en el momento de comenzar a ser viables, a sofo–
carlas buscando una pretendida igualdad de impuesto; como
sijamas pudiera ser igual aquel gravámen que si poco im–
porta para unos es muerte para otros.
Nada hai tan pernicioso en el Estado como los teóricos:
hallá en las rejiones de lo ideal el impuesto único, el im–
puesto igual, son lo irreprochable; pero aquí en el mundo
terrestre, en la vida práctica eso puede ser la paradoja, la
utopía,
la
suprema necedad. Sea. el impuesto igual, i con él
~e
aplastan de una vez veinte millones aplicados a la indus–
tria; con él se acepta sonriendo una enorme iniquidad, i se
prepara un monopolio que será inquebrantable. Sea el im·
puesto igual, pero se cierra un inmenso campo de trabajo
i
se restrinje una estensa esfera de produccion.
El
impuesto bajo, favorece la produccion por cuanto
estimula el consumo.
· Llegamos a considerar la cuestion de la tasa del impuesto.
Debemos reconocer que tratándose del salitre, del cual:
seremos los únicos productores, cualquiera que sea el gravá–
men que le impongamos, será siempre pagado por el con·
sumidor estranjero.
Convenimos tambien en que podernos gravarlo con tres
o cuatro pesos por quintal si es que hai industrias que pue–
dan consumirlo al precio de seis o iete pesos.
La cuestiones saber si nos conviene llegar al máximun
de impuesto como la comi ion propone; para lo cual calcula
prolija.mente el costo hasta los centé imo de penique.
Ella afirma que miéntras el impuesto deje algun márjen