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t.Á.PÍTULO FINAL

''–

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405

celeste, que saliendo del trono del Cordero, riega con el

agua de su lünpieza refulgente el árbol de la religion, cu–

yas hojas son la salud del cristianismo. Sus sagrados mi–

nistros son aquellos ánjeles veloces que se envían para el

remedio de ]as gentes que pretenden dilacerar y separar

los sectarios

y

los seductores: cada uno es el ·que con la

espada del zelo guarda el paraíso de su inmarcesible doc–

trina

y

el que con la vara de oro de la ciencia mide el

muro de su sólida firmeza.

2

11

Pintan_do los beneficios que llegara a realizar en las vas–

tas provincias sujetas a su jurisdiccion, aquel cronista agre–

gaba:

11A

los Inquisidores, mas bene1néritos del título de

celadores de la honra dé Dios que Fi:nées, debe este Perú

la excelencia mayor que se halla en toda la monarquía

y

reynos de la cristiandad, pues ninguno se conoce mas lün–

pio que éste de herejías, judaísmos, setas

y

otras zizañas

que siembra la ignorancia y arranca o quema este Tribu–

nal, siendo su jurisdicion desde Pasto, ciudad junto la

equinocial, dos grados. hácia el trópico de cancro, hasta

Buenos Aires y Paraguay, hasta cuarenta grados

y

mas

hácia el sur, con que corre su j urisdicion mas de mil le–

guas norte sur de distancia,

y

mas de ciento leste oeste, en

lo mas estrecho, y trescientas en lo mas estendido. Todo

ésto ara y cultiva la vijilancia deste Santo Tribunal

y

el

ineansa~le

cuidado des us inquisidores;" i aunque, como se

recordará, en

1610,

se cercenó del distrito que le fué pri–

mitivamente asignado las provincias que pasaron a for–

mar el de Cartajena, el territorio sometido a su jurisdic–

cion resultaba siempre enorme.

En virtud de las atrib1Jciones de que estaba investido,

sabemos ya hasta donde llevaba el Tribunal su escrupulo–

sidad en materi

a de del

itos i denunciaciones; pero como

si ésto no fuera

todav:í.a

bastante, hubo una época en que

nadie podia salir de los puertos del Perú sin licencia es–

pecial del Santo Oficio; sus ministros debian hallarse pre–

sentes a la llegada de cada bajel para averiguar hasta las

palabras que hubiesen pasado durante el viaje; no podia

imprimirse una sola línea sin su licencia; los prelados,

'

2.

Relacion del auto deje, etc.,

Lima,

1733.