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LA INQUISICION DE LIMA

flaco por ser ele adobes

y

barro

y

son bajas, con que ocu–

pan grandísimo espacio:

y

los presos, toda gente belieosa

y

cabilosa,

y

de mucho saber, con que por mas cuidado

que haya no podemos atajar las comunicaciones; quando

de otra manera no pueden, se entienden a golpes en las

puertas, en que cifran el A B C, o dando una piedra con

otra (que como suelo

y

paredes son de tierra, facilmente

las hallan), o buscando otras invenciones diabólicas en que

nos dan que sospechar, que muchos de ellos han sido pre...

ssos por el Santo Officio,

y

alguno lo confiessa de sí, poi–

que estan en el órden de processar, y en quantas cautelas

y malicias ay, grandemente diestros.....

11Las comunicaciones de los presos en las cárceles secre–

tas, fueron hijas de Ia necesidad

y

.de la codicia de los mi–

nistros que en ellas entraban,

y

del contínuo imaginar de

los presos, que da entendimiento; hallóse esta Ynquisicion

en la complicidad referida de tanto nú.mero de presos con

diez

y

seis cárceles, donde fueron menester n1as de ciento;

tomáronse casas circumvecinas propias, cubtiéronf.3e puer–

tas, atajáronse aposentos, no con la division que se debia,

sino con la comodidad que el tie1npo

y

prisas daban lugar;

habia solo las paredes en medio, en ellas hacian , los reos ,

agujeros por donde se comunicaban a horas señaladas,

y

quando los entraba a visitar el alcayde, los tenían tapados

con barro que hacian ele la tierra del suelo (que todas las

cárceles estaban en bajo)

y

del agua que les daban para

beber. Los sirvientes para tanta gente eran negros boza–

les, que es el servicio de por acá,

y

aunque lo eraí1, los reos

como tratantes en esta mercadería, trayendo gruesas par–

tidas de ellos desde Cartagen:a, les hablaban en su lengua,

y daban recados que llevasen los unos a los otros,

y

mu–

chas veces les daban papeles escritos con zumo de limone·s,

que los pedían para aehaques que fingían, o

par~

sainete

de su comida, y at}nqu.e al parecer iban blancos los pape–

les, puestos al fuego salían las letras, secreto que descubrió

el señor licenciado Juan de Mañozca. Otras veces se em–

biaban con los negros que sacaban los platos, quentas en

guarismos, en papeles viejos, que entre ellos eran cifras co–

nocidas, como parecerá en el pleyto de Manuel Bautista

Perez que va en esta ocasion. Otras se valían

p~ra

las