CAPÍTüLO XI
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fué desterrado del
Cur.co
i
Lilna,
i
se le admitió la escusa
de haber declarado su delito, 11porque se entendió de él
ser hombre ignorantísimo.11
Nicolas Ortiz Melgarejo, cura de un pueblo de indios
en Charcas, fué testificado de haber sostenido en una plá–
tica que el estado de los casados era mas meritorio a Dios
que
el
de los relijiosos.
Fra.i Pedro Clavijo, fraile agustino, natural de Córdo–
va, que ya- habia sido penitenciado en
1576
por varias
proposiciones, fné de nuevo denunciado de haber dicho
que en España ya no era negocio de inquisicion requerir
de amores a una mujer en el confesonario (como lo hacia
él); que adivinaba por las rayas de las manos a las muje–
res embarazadas si tendrían hembra o varon, etc., por
todo lo cual tuvo que oir delante de sus prelados la lec–
tura de su sentencia que lo privaba perpetuamente de
confesar.
Frai Antonio Ruiz, franciscano, cura de un pueblo de
indios en Guánuco, porque solicitaba a las muchachas.
Juan Estéban, molinero de la Paz, porque afirmaba que
tener acceso carnal con una india en semana santa no era
pecado.
Cristóbal de Holanda, natural de Amsterdan, polvoris–
ta, que hallándose preso en la cárcel de Potosí, habia dicho
que
re~egaba
de la pasion de Jesucristo.
Gonzalo Hernandez Sotomayor, sevillano, abjuró
de
ze,vi
i pagó cien pesqs por haber sido testificado en Quito,
en
1581,
que Dios no le quería llevar por el camino de la
virtud, i de ·que habiendo compuesto ciertas coplas para
una representacion, dijo en una, hablando de la Vírjen
~1aría:
Sois, qué ptledo yo decir
Que mucho mas no seais?
Pero para concluir,
Sois, Señora, lo que
amais:
Ved
si
hay mas que referir!
Simon Martín, hombre de setenta i ·dos años, que
ha–
llándose procesado por
bígamo,
falleció teniendo la ciudad
por
cárcel.