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LA INQUISICIÓ)!

rio acaecer en un largo

yiajo

por mar, hay personas:

que simpatizan entre sí closcle el primer momento, y

por el contrario, otras en que por un principio do an-·

ti paLia, con el trato ele todos los días, c.omienzan por

mirarse de reojo

y

concluyen por aborrecerse . Fué

lo qu·e . ucoclió entre Salcedo

y

Paternina. Ambos se

hicieron cabeza ele do bando. opuestos, allegándo–

se al del gobernador el mismo proYincial agu tino,

Fr. Alonso Quixano, que manifestaba por su su–

bordinado un mal disimularlo desprecio . El odio ele

Paternina hacia el gobernador subió de punto cuan–

do aquúl quitó la plaza ele genor·a.l do la armada á

D. Andrés ele Meclina, íntimo del comisario, y mils

aún cuando luego do llegar

á

Manila, Salcedo se ne–

gó á colocar «en algún oí1cio de utilidacb al cap itán

Gonzalo Samaniego, sobrino del agustino, ocasión

en que Patornina no pudo ya contenerse y ofreció

abie"rtamente Yengarse del gobernador.

1

¡Calcúlese

á

cuanto subiría poco después el aborrecimiento ele

Paternina al saber que Salcedo había pasado

á

ser

amante ele una mujer ca ada que antes había con–

cedido sus favores al agustino!

Porque es conveniente saber que el coi11i: ario se

las daba ele galán afortunado, y de tan mal ejemplo,

según declaración do alguien que lo conoció ele corea,

que i(ha estado con notoriedad mal ami taclo, y aún

se alabó al P . diflniclor Fr. Francisco Vasco, augu -

tino, que en México sustentaba cuatro ocasiones

ilí–

citas, y por haberle quitado una de ellas D. Diego

r.

Memorial de Sebastián Diaz de Castro al Consejo: Madrid, 6 de

j unio de 167S.