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LA INQUISICIÓN

discurso de

S~

vida; concluyendo por decir que

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tenía nada de que,acusarse.

A poco de entrar en la cárcel enfermó de gota «y

otros accidentes y achaques dignos de reparo,» que

le tuvieron muchos meses en la cama impedido de

pies y manos. Y en este estado continuaban el reo y

su causa á mediados cle .1675.

Pem de los portugueses presos en ese tiempo por

la Inquisición el que ofrece más interés para noso–

tros es sin duda alguna Manuel de Coyto. Había na–

cido en San Miguel de Barreros, pueblo cercano de

Oporto, contaba por entonces treinta y cinco años y

ejercía con brillo en Buenos Aires su arte de escul–

tor. Mas, el amor y su profesión iban á perderle.

Por desgracia suya entró en relaciones con una

mestiza que le servía, que era á la vez requiebrada

por un negro de su servidumbre, y ambos, deseosos

de deshacerse del amo prra no tener estorbo -alguno

en sus amoríos, fue·ron sus principales acusadores.

Cayó, en efecto, enfermo el portugués, herido de otras

tentaciones callejeras, y habiéndole un día ido

á

vi–

sitar cierta porsona le dijo que llevase aquello con

paciencia, que era regalo que Dios le hacía.

Ya se comprenderá la respuesta del infeliz, enfer-

mo y

SÍIJ.

poder trabajar.

·

Hemos dicho que ·Coyto era escultor. En su taller

tenía imágenes de muchos santos que labraba, de la

Virgen y de Cristo. Un crucifijo que se veneraba en

la Catedral era también obra suya.' Estaba un día

sentado sobre una de esas imágenes «y diciéndole

(sin duda la mestiza) cómo se sentaba sobre la barriga

de una imagen de Nuestra Señora de la Concepción

r.

«Lo cual decla por un Santo Cristo que estaba en la Catedral de

Buenos Aires y que habla J'abrado y hecho este reo.>>

'