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LA

INQUISICIÓ~

Ya los Inqui sidores no pudieron res1st1r

ta–

marw desacato, y con acuerdo de sus consultores

declararon al Gobernador por público excomulgado,_

((y

habiéndosele notificado la declaratoria, cuentan

ellos, prendió al sacristán Juan de Cervantes Aroz,

que se la notificó, y al receptor Juan de Si mancas

y

á

dos familiares que le iban acompafíando, tenién–

doles encerrados veinticuatro horas con doce hom–

bres de guarclia» .

1

Mas, Murga, asistido de su teniente don Francisco

de Llano Valdés; acaso más odiado que él por los

jnquisidores, citó testigos de su devociém, levantó

sumaria, recusó á todos los ministros por enemigos

capitales suyos y celebró junta en casa del Obispo

para resol ver lo que en aquella emergencia debía

de hacerse, acordándose por consejo del licenciado

don Alonso:del Castillo Herrera, oidor de Quito, que

en la ciudad estaba, que pidiese absolución, la que

se le dió sin las solemnidades del ceremonial, po–

niéndole silla ele terciopelo y cojín, que no admitió.

Es fácil

corr~prencler,

después de tales incidentes,

cuan abatido se hallaba el Tribunal del Santo Oficio

en Uartagena por la :energía ele un simple goberna–

dor, asistido, es necesario reconocerlo, por la opi–

nión del pueblo, que aborrecía de veras cuanto se

refería á la Inquisiciéln.

2

Debía ser esto cosa del dia–

blo, según creían sus ministros, por los deseos que

tenían ele emplearse en el servicio de Dios en que

1.

Carta de 8 de agosto de 1633.

2.

((Como quiera que la más de la gente de esta tierra nos tiene

odio tan mortal que

á

cada uno de nosotros nos quisiera ver con–

forme

á

sus deseos.»