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LA INQUISICIÓN

á

ocho se pondrá á hacer la deligencia que el menor

almo_tacén, y, por otra parte, tan puntuoso é imper–

t inente que no cumple con ninguna de las obligacio–

nes que como oficial real y regídór tiene, particular–

mente huye de acompañar al Santo Oficio en las

ocasiones que el Rey manda, y no hay gobernador

que se las mande cumplir, y yo le he disimulado en

esta ocasión, advertía Mañozca, por algunos justos

respectos, y en adelante, si alguna se ofreciese, habré

de hacer lo que sé que conviene á la auctoridad de

este Tribunal, en tierra de tanta igualdad y tQ.nto

desacuerdo de ministros del Rey, que no hay bautis–

terio ni boda adonde no vayan acompaflando al más

triste abacero, y en las cosas del servicio de Dios y

del Santo Oficio muestran hinchazones, que es bien,

con licencia de V. S., se reviente1u.

1

Sólo con el Obispo de Cuba no podían nada los

Inquisidores. Año por año seguían quejándose de su

conducta y el hombre continuaba firme en

su

propó–

sito de no ceder en su autoridad al Santo Oficio, y cuan–

do parecía cejar enviaba como .de burla al Tribunal

á

un licenciado Luis de Salas, beneficiado de la Ha–

bana, y á un soldado del presidio «por niñerias y

cosas tan livianas que por ningún caso nos tocaban))'

referían los ministros. En cierta ocasión se oponía

á

la publicación del edicto de fe por el comisario, y en

uno sobre hechiceras que éste leyó comenzó á decir

que los que se sintiesen culpados no tenian)nas que

ocurrir á él; otras veces los hacia-leer como emanados

de su autoridad inquisitorial «y en ellos los pui\tos

1.

Carta de

r6

de marzo de

1622.