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LA INQUISICIÓN
do caso se_ayunase el sábado, «Se fué á su casa
y
l~
elijo que mentía como grandísimo bellaco en lo que
había respondido
y
que no sabia lo que había
dich~,
y
que votaba
4
Dios que ni el Papa sabia lo que se
decía si tal decía.» Fué, además, condenado .en cien
azotes, en destierro perpetuo ele las Indias
y
en tres
mil pesos para gastos del Santo Oficio.
Juan Mercader, buhonero francés, de veintidós
al"tos, residente en Cartagena, á causa de que pregun–
tándole cierta persona si había tomado la bula ele cru–
zada, respondió que no necesitaba anclar con papeles
en lafatrilquera, porque no comía leche ni huevos,
y
que con dar dos reales de limosna á un pobre estaba
absuelto; que no creía en el purgatorio; que se decía
luterano; que los franceses no eran bobos al no que–
rer admitir al Santo Oficio en sus tierras, etc.: cuyas
palabras le valieron doscientos azotes
y
cuatro ai'íos
de cárcel.
De le vi
abjuraron:
El licenciado l\Iartin de Carquizano, clérigo pres–
bítero, que fingió el cargo de cotr1isario y se aprove–
chó de él: fué degradado verbalmente, privado de
'
beneficio
y
condenado á seis aiios de galeras .
Juan Lorenzo, limeiio, mulato esclaYo ele un frai–
le de San Agustín,
fc1.mo so hechicero, que sabia la
oración ele la estrella, acabándola en «amén, J esús,»
y la ele Santa 1Iarta y la del Sefíor de la Calle, «que
toda es llena ele invocaciones ele demonios
y
supers–
ticiones diabólicas:)> llevó doscientos azotes
y
des–
tierro por diez anos.
Francisco Rodríguez Cabral, portugués, que oyen–
do decir en el credo «resucitó ele en
tr~
los m.uortos,
»