para que declarase
y
pronunciase que estaba·n
yct
perdonados.,
mientras creyesen que asi quedabctn absueltos)
cuyo error proscri–
bió el santo Concilio de Trento (
f).
Nada de sólido y fijó presentaba el protestantismo, capaz de
cautivar el asenso de la razon sana
é
ilustrada, asi es que al entrar
su doctrina en Inglaterra, tropezó con Enrique VIII, su mas ar–
diente enemigo. Pero este monarca voluptuoso necesitó despues
un pretesto para dar título colorado
:í
un divorcio ilícito
y
á un nuevo
y
criminal himeneo,
y
cqmo hallase en el Papa un ju'ez
inexorable~
que no podia transigir con tal iniquidad, est? bastó para que el
espíritu protestante
entrase en aquel corazon
real~
que tanto lo ha-
, bia
repugnado~
y
le invistiese de
1a.
supremacia religiosa trasmi–
sible á sus hijos. Desde entonces los dogmas
y
las prácticas de la
Iglesia católica, entre ellos tambien la Confesion, fueron abolidos
por la fuerza de la verdad de los cadalsos, las horcas
y
las
hogue–
ras de Enrique VIII, de Eduard VI
y
de Isabel como dice · el pro–
testante
Willi~m
Cobbelt
~
y
de entre esas cenizas surgió
la
Iglesia establecida por la ley
con sus dogmas, oraciones
y
ritos, .
formados
con la ayuda del Espiritu
(2). Y
¿Quién lo creyera? En
ese
Libro de oraciones públicas para la aclministracion de los Sa-
(i)
Concil. Trid., sess. U, c.
VI,
et con.
IX.
(2)
Nuevas cartas de William Cobbcltt
á
los Ministros de la Iglesia de Ingla·
terra, etc.; en
el
t.
XIII
de la
Libl·ería religiosa.
Sobre este particular son dignas
de ser aqui reproducidas las reflexiones del célebre protestante inglés, Fitz·
William : «Quisiera (dice) por respeto
á
mi país, n.o hablar nunca del frívolo
»
pretexto que dió orige1i
á
este grande acontecimiento; pero es demasiado cono–
»
cido para que pueda pasarse en silencio sin todas las apariencias de afectacion :
~
fué la pasion ilegitima de Enrique por An,a Bolena. Si en la disposicion de este
»
monarca no hubiesen tenido parte la pasion y el capricho, hubiera conservado
, sus amistosas relaciones con la Santa Sede; hubiera merecido siempre el título
• de
defensm· de la fé,
que se babia adquirido con sus escritos
7
y sus sucesores
" hubieran podido usarlo sin que se convirtiera, como actualmente, en un motivo
ll
de irrision respecto del que se lo da,
y
respecto del mismo título; pero el transito
»
de la Iglesia
á
una secta, con frecuencia se efectua por el camino de los vicios,
• y el de una secta
á
la Iglesia siempre por la senda de las virtudes.... Si el pre·
• texto era despreciable, Jos medios fueron todavía mas horribles, etc.
»
(Fitz–
William,
Cartas de A tico,
París,
i826,
p.
H2).