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te,
y
ahora tl'ii:ikmcntc humillacla
y
abatida por el prusiano, y
amcclrentada por la
Commnne;
la ItaJia centro de la uni<la.d ca–
tólica, ;irne bajo la tiranía ele la ambicion y de la impiedad; y
por doquiera tremola el estandarte que empuüan ciertos hom–
bres sin creencias, en cuyos pliegues ondea este lema: "corred
matad, asesinad, destruid el sacerdocio amigo clel pueblo, pose–
siona.osde los tronos, deshaced los gobiernos, arruinad los tem–
plos, devastad la patria y malbaratad su lrn.ciencla".
¿Quien podrá neu tra.tizar tantos males? ¿quien iluminará. y
vivificará tantos corazones moribundos por el osccptisiiomo? E s
cierto que en todo tiempo la verdad ha tenido sus mártires, y
aun hoy tiene sus apóstoles; no cabe eluda que la divina Provi–
ilcncia qne vela ele contínuo sobre los destinos de la sociedad,
ha enviado sus sacerdotes para que descorriesen el velo del por –
venir, ó indicasen
á
los hombres los medios de hacerse mejo -
res.
¡Fortalezca
é
ilustro Dios mi débil inteligencia, para que
mi boca pronuncie la verdad
y
sus inmutables principios,
y
mi
plnma soriale al pueblo los luminosos senderos <le
la.
verdadera
civili zacion, para que sea
temporal
y
otornamcntc feliz!
Tal os
d
objeto del presente opúsculo.
LAS VELADAS DE AR.EQUIPA.
PRIMER DIALOGO.
Era la noche y brillaba la luna sobre un fonclo azulado;
fl
cielo resplaudecin. con todos sus fuegos, se obsorvabn.n aqní y
allí en las elevadas regiones del firmamento numerosos astrofl;
pareciélos
á
las antorchas do un bullicioso
y
agradable fostin.
¡Areqnipn!
¡qué bolla te ofrecías á mi vista., sentaclR. á.
la
falda del magostuoso J\listi; y bailada con los pálidos resplan–
dores do la reina do la noche! Uno cree rejuvenecer al aspirar el
vivificador ambiente de tus campos,
y
el suave perfume de tus
floridos jardines, cuyas inmarchitables verduras perpetúan en
tí la mas apacible: primavera. El sonoro murmullo de las aguas
clol Cbili que divido la ciudad; el místico y melódico sonido de
las eampann.s do los templos, que llaman á orar; el rumor do las
hojas de los árboles que muevo el blando viento,
y
ese hermoso
y claro horü10nte, todo oso sugiere grandiosos
y
sublimes l en–
samicntos, clesplegándose
á
mi inteligencia los arcanos del
porvenir.
El reloj de la catedral acrtbab::t de toen las ocho cunnclo por