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-5-

te,

y

ahora tl'ii:ikmcntc humillacla

y

abatida por el prusiano, y

amcclrentada por la

Commnne;

la ItaJia centro de la uni<la.d ca–

tólica, ;irne bajo la tiranía ele la ambicion y de la impiedad; y

por doquiera tremola el estandarte que empuüan ciertos hom–

bres sin creencias, en cuyos pliegues ondea este lema: "corred

matad, a

sesinad, destruid el sacerdocio amigo clel pueblo, pose–

siona.os

de los tronos, deshaced los gobiernos, arruinad los tem–

pl

os, devastad la patria y malbaratad su lrn.ciencla".

¿Quien podrá neu tra.tizar tantos males? ¿quien iluminará. y

vivificará tantos corazones moribundos por el osccptisiiomo? E s

cierto que en todo tiempo la verdad ha tenido sus mártires, y

aun hoy tiene sus apóstoles; no cabe eluda que la divina Provi–

ilcncia qne vela ele contínuo sobre los destinos de la sociedad,

ha enviado sus sacerdotes para que descorriesen el velo del por –

venir, ó indicasen

á

los hombres los medios de hacerse mejo -

res.

¡Fortalezca

é

ilustro Dios mi débil inteligencia, para que

mi boca pronuncie la verdad

y

sus inmutables principios,

y

mi

plnma soriale al pueblo los luminosos senderos <le

la.

verdadera

civili zacion, para que sea

temporal

y

otornamcntc feliz!

Tal os

d

objeto del presente opúsculo.

LAS VELADAS DE AR.EQUIPA.

PRIMER DIALOGO.

Era la noche y brillaba la luna sobre un fonclo azulado;

fl

cielo resplaudecin. con todos sus fuegos, se obsorvabn.n aqní y

allí en las elevadas regiones del firmamento numerosos astrofl;

pareciélos

á

las antorchas do un bullicioso

y

agradable fostin.

¡Areqnipn!

¡qué bolla te ofrecías á mi vista., sentaclR. á.

la

falda del magostuoso J\listi; y bailada con los pálidos resplan–

dores do la reina do la noche! Uno cree rejuvenecer al aspirar el

vivificador ambiente de tus campos,

y

el suave perfume de tus

floridos jardines, cuyas inmarchitables verduras perpetúan en

tí la mas apacible: primavera. El sonoro murmullo de las aguas

clol Cbili que divido la ciudad; el místico y melódico sonido de

las eampann.s do los templos, que llaman á orar; el rumor do las

hojas de los árboles que muevo el blando viento,

y

ese hermoso

y claro horü10nte, todo oso sugiere grandiosos

y

sublimes l en–

samicntos, clesplegándose

á

mi inteligencia los arcanos del

porvenir.

El reloj de la catedral acrtbab::t de toen las ocho cunnclo por