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mente reproducidas, sobre que los asuntos mas impor–
tantes y difíciles seresuelven sin acuerdo, y sin li–
bre y unánime consentimiento de todos Jos cardena–
les de la iglesia romana.; y sobre el abu:;;o de tratar
puntos de doctrina, fé y costumbres, y artículos de
disciplina de la iglesia universal en congregacio–
nes particulares, á las que solo asisten algunos miem–
):¡ros del sacro colegio. En segundo lugar, aun cuan–
d'O todos los cardenales reunidos
asi~tieran
á
los con–
gregacionelil, tampoco en esta h·ipótesis formarían
una representacion suficiente del clero de Roma;
pot•que no estando elegidos y
diput~:~dos
para los ne–
gocios en cuestion, ni hallándose con instrucciones
·y poderes suyos, no pueden representar la iglesia
romana, que no toma parte en sus deliberaciones,
sino al papa que los elige y diputa para el
exám~n
de los asuntos que les encomienda segun las. ocur–
rencias
y
los casos. Otro tanto y mas debe decirse
de los consultores, que no pasan de la línea de teó–
logos privados, regularmente mas instruidos de los
sentimientos particulares de las escuelas de su órden,
que de la doctrina de la iglesia, y por lo comun mas
celosos de sus opiniones propias,· qu e de la utilidad
pública, como la experiencia lo tiene tantas veces
demostrado.
§.
XIV.
Otra prueba decisiva de la verdad que sostengo,
es cjue los cardenales, prelados y cons ultores no tie–
nen en las congregaciones romanas voto deliberativo
ó jupicial, sino meramente consultivo, y con este ca–
rácter aparecen en ellas hasta los mismos obispos
cardenales; en cuyas circunstancias deponen el de
jueces de la fé para convertirse en simples consulto–
res del papa, quien
á
virtud del sistema introducido,
despues de oir
á
sus consultores, puede pronunciar un