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tratara de probar que no e¡;; santa, porque 'el peque–

ño número de santos que encierra no reune toda

·su

autoridad. Es precii\io ser muy novicio en materia de

teología y religion para ignorar que muchas acciones·

se atribuyen

á

la iglesia como propias, que no son

obras de s u autoridad, sino de un número,

y

de un

número las mas veces pequeñísimo de sus hij os. Yo

no sé adonde va

á

parar el sofisma que se nos pone

por argume.nto.

t

Pretenderáse acaso que es de esen–

cia de la autoridad de la iglesia enseñar siempre la

v.erdad 1 Enhorabuena; pero el punto de la cuestion

está en decidir donde reside esta autoridad infalible ;

si e n el consentimiento unánime de toda la iglesi.a,

ú

en el juicio privado del romano pontífice. En el pri–

mer caso, siendo ci!lrto que las iglesias y pastores

han discordado mucho tiempo sobre algunos artículos,

y que la unidad ó reunion de par.eceres no ha sobreve–

nido sino despues de largas y reñidas disputas termi–

nadas al cabo por un concilio ecuménico, ó .por el

consentimiento de las iglesias dispersas, formado len–

ta y sucesivamente: se puede pregu ntar,

i

como en

este tiempo de controversias la autoridad de la igle–

sia, es decir, la unanimidad, ·por lo menos moral de

todos los pastores enseñaba la verdad co ntrov ertida '!

Si

esta au

toridad se atribuye

á

solo el sucesor de

.san

Ped.ro,

puede preguntarse igua lmente,

i

como en

tie

mpo'S d.e

Juan XXII y del papa Honerio enseña–

ba la aLúoridad de la iglesia la fé católica contra los

mil eJ;larios y los monotelitas 1 El monge Sofronio sin

la autorid ad de la iglesia enseñaba la verdad, y el

papa Honorio, que tenia la una, no enseñaba

la

otra.

De dqnde debemos inferir, y es inaispe nsabl e confe–

sar, que la iglesia enseña siempre la verdarl, aunque

á

veces lo haga por un pequeño número de sus fiel es

que no tiene su autoridad. Las inst rucciones pasto–

rales del cardenal de Noalles, y de otros tnnch(')s obis-.

pos franceses, han explicado con tal exactitud y fuer-