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impertiuenci~
de leer repeticiones inútiles, que
s~io
sirven para distraer la atenc10n del cuadro que qUie-
ro presentar
ú
los ojos del público. El uso de este
derecho es tanto mas expedito y de menos inconve–
nientes, cu'lnto <]Ue á beneficio cle las luces del siglo
•
se propaga generalmente y cada dia mas, la persna–
sion fundada de qu e no hay déspota en la iglesia de
Jesucristo: que el gobierno eclesiástico se dirige y
arregla por los cánones: gue el papa, cabeza de la
jgJesia y del cuerpo e piscopal, no está menos obliga–
do
á
observarlos que los demas obispos; y finalmen-
te que la iglesia tiene derecho
á
compe'lerle
á
esta
,-observancia, reprenderle y corregirle cuando de ella.
se aparte. Tal es la idea de la monarquía eclesiásti–
ca: ideajusta, provechosa á la iglesia, sin dejar de
ser decorosa al papa: conforme
á
las máximas de la
antigüedad y de les padres; adoptada no solo por la
iglesia de Francia, sino por las universidades mas
florecientes de la Europa católica; dl':fendida por los
teólogos mas sabios,
y
sostenida por el favor de los
príncipes mas celosos
é
ilustrados. En la actualidad
está reservada solamente
á
algunos habitantes de las
mQntañas la repeticion inútil de las añejas sentencias
sobre
la teom·ácia papal,
y
el pode?· divino del papa;
como si el de los demas obispos no fuera divino, ó
que el papa fuera un Dios sobre la tierra, ó bien un
obispo no solo el primero de t<;>dos, sino de muy di–
ferente especie: títulos
y
locuciones, que sin necesi–
dad de comentos, anuncian por sí mismos el entusias–
mo
~
el fanatismo. Asi que es llegado el tiempo de
contmuar. mi trabajo, que empleado hasta ahora en
definir mas negativa que positivamente el p_rimado
del papa, debe ocuparse ya e·n considerarle tal cual
es segun su naturaleza, á lo cual me dedicaré en los
capítulos siguientes con toda la concision v claridad
posibles.
'
•