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IV

.

dos obispos y arzobispos de la América que fué española. Ins–

tado J esucristo· por dos hermanos

á

entel'fder como á rbitro en

In

particion de su herencia, respondió que no tenia autoridad

para ello, con una especie de extrañeza encaminada sin duda

á

dar á conocer mas notablemente, que su.jurisdiccion y facul–

tades no se ejercitaba n sobre cosas

mate~iales

y mundanas, si•

no sobre las espirituales y celestes.

i

Quis me constituit judi–

cem aut divism·em super vos?

Con todo, el papa, qae no tiene

seguramente la plenitud de poder del divino fundador de la

iglesia quiere intervenir sin ser rogado, espontáneamente y de

propia autoridad,

motu proprio,

no ya en una causa·oscura y

particular, en una cuestion de familia, sino en una causa impor–

tante y grandiosa, sobre los mayores

y

mas caros interese-s ter!l–

porales, en que se producen de una parte los títulos primitivos

de la libertad·

y

la justicia, nunca perdidos por ellinage hu–

mano,

y

se alegan de la otra los del poder y la conquista, que

caducan

y

perecen con la fu erza que los da y los -sostiene. Y

ya se ve, la decision del pontífice no pod ía ser dudosa lmtre la

independencia

y

la opresion, entre los nuevos gobiP.rnos libres

de la América del S ur, y el gobierno absoluto de Fernan–

do VII: la ra'

i.on

y la justicia

~debían

estar

á

favor de su

ama–

do hijo el rey cat"ólico de las Espafias.

Sin embargo, el mismo

santo padre, once meses a¿tes, cuando estt:t rey católico gober–

naba constitucionalmente las Españas, había reconocido en

cierto modo y echado su apostólica bendicion á

la in~ependencia

ameri~ana

en ·la persona de D. Ramon Freire, supremo direc–

tor de la república de Chile, enviándole un nuncio con sus cor–

respondientes credenéiales,y una carta dada en santa María la

mayor á 3 de QCtu'bre de

1823. ,

-

Tal ha sido siempre el juego de

!11

política romana despues

de muchos siglos en casos de igua l ó parecida naturaleza. Ci–

taré por ejemplo el de lnocencio III con Juan,rey de Inglater–

ra, g·eneralmente reconocido bajo el oportuno apodo de

J ·uan

sin· tie1·ra.

Mientras este débil

y

desacordado monarca soste–

uia contra las agresiones pontificias los derechos de su -corona