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pastores, aun cuándo se permitiera, que "en aquellos re–

motí imos tiempos el pueblo hubiese elegido junto con el

clero."

No es absurdo, dígamos nosotros, no es ni puede ser

a bsurd o, tomar por mod elo la obra d e

J.

C:

nunca mas con–

forme á su divina idea, que recien sa lida de sus manos,

ó cuando primitiva. Crecer el número de los creyen–

tes, ó estenderse la I glesia, no da ra21on para llama1:la

de–

fectuosa

ell

su orijen, I glesia embrion,

asi como

desmTolla–

cla

y

pe,feceionada

despues: esto convend ria

á

socie(bdes

tle oríj en puramente humano; mas nunca jamas

á

la obra: d e

J.

C. que salió de sus manos acabada

y

perfecta . ¡Que! ¿Los

Pap,•s y los Obispos habrán

p e1Jeccionado

la ob ra del Dios

hombre? Ni ¿q ué habia por desarrollarse

y

perfeccionarse

en la Iglesia cr istiana? La d octrina, los sacramentos, la

moral , todo fué revelado por

J.

C. ó por su Sa nto E spíri–

tu;

y

lej os d e haber d esarroll o, me"jora

y

perfeccion, la Igle–

sia cató lica recibe ahora tales punto como fueron entonces,

y

porque entonces fueron, sin ninguna diferencia.

80. Preciosa sentencia de S . Aguslin: Observacion at caso.

Creía S. Agustin que

u

e l g·énero

lntn1ano sería n1as

fe–

liz, si la tierra estuviese dividida en pequeñus estl>dos, guar–

dando concordia,

y

fuesen lo que las ha bitaciones ele los

ciudadanos en una g •·an ciudad."

J-\

plicado eslc pensa–

miento

á

la I glesia, presentaría ella un espectáculo magní–

fico en la muched umbre

y

m·monÍ,l de la.s ig lesias particula–

res que la componen.

Porque

á

manera <le un artefacto el e

inmensa vastedad, cuyas pequeñas ruedas jiran por sí solas

sin ningun tropiezo, concu rriendo todas al movimiento je–

neral; asi en el gran cuerpo de la sociedad cristiana, cada

parte de empeña sus funciones propias, sin nece>idad de

que le venga impul so ele otra parte, pero todas se auxilian

c uando es mene ter, adorándose en todos los lugares

á

un

Dios, recibiéndose un bautismo. profesándose una

fe, y

reconocié ndose una cabeza im·isible, que todo lo anima, y

conserva,

y

otra visible para evitar el cioma y mantener

la

unidad.